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Pedaleando por ... Albania.



- “Padre, mañana llegaremos a un nuevo país. Si nos vemos fuertes pasaremos la frontera con Albania”.


- “¿Cómo? ¿Vais a pasar por Albania? Andaros con ojo, ese país no es de fiar hijo”.

Una de las cosas que aprendí viajando es no creerse demasiado los cliché que te cuentan sobre los países. Son muchos los bulos que circulan injustamente por el mundo, pero lo cierto es que la advertencia de mi padre me dejó preocupado.


Consideré su reacción normal, reflejo de un estado de opinión que los medios de comunicación han creado injustamente sobre este pequeño país. Desde que era pequeño todo lo que en las noticias tenía que ver con Albania o los albaneses eran bandas criminales. Y lo que me parece más curioso después de que atravesáramos el país, me di cuenta de que ellos son conscientes de ello.


Con curiosidad consulté aquella misma tarde los consejos sobre seguridad de nuestro Ministerio de Asuntos Exteriores: “Albania es en líneas generales un país seguro”, decía sorprendentemente la nota en mayúsculas de su web. Pintaba tranquilizador.


Durante diez días recorrimos el país de norte a sur, con muchos días de lluvia. Desde las verdes y montañosas tierras del nordeste limitando con Grecia hasta el suroeste con Montenegro. Desde la frontera de Krystallopigi a la de Bozaj. Durante todo este recorrido aquellos posibles prejuicios de años de telediario se fueron desvaneciendo.


Tratando de ir un poco a contracorriente mediática os comento cinco datos positivos sobre Albania que para mi dicen mucho a su favor: El primero, muy importante para un cicloturista, los albaneses conducen razonablemente por sus poco desarrollada red de carreteras. Segundo, tras un semblante inicial de seriedad, los albaneses son bastante hospitalarios, amables y no son amigos de tomar lo que no es suyo. Tercero, en 2014 entró en vigor una prohibición de cazar durante cinco años en todo el territorio del país, con el objetivo de permitir la recuperación de especies animales. Cuarto, el ayuntamiento de la capital Tirana favorece el uso de la bicicleta mediante un incentivo económico en los sueldos. Instala un chip en las bicis y comprueba que se usan, para que después esto se reflejé en un suplemento salarial. Y quinto y último, los albaneses se sienten europeos. Muchos sueñan vivir durante algún tiempo en algún país europeo, se interesan por los idiomas y es unánime la voluntad de que su país entre pronto a formar parte de la Unión. Estos son cinco datos aparentemente inconexos, que para mi dicen mucho sobre Albania; su apertura y su voluntad de progreso. Cada uno puede sacar sus conclusiones.



Los trámites en la frontera fueron sencillísimos, nos colamos los primeros en la larga cola de coches siguiendo las indicaciones de los propios policías. Primero pasó la jefa, Marleen. La mujer policía en el puesto de control, me sorprendió dándome la bienvenida en castellano. ¿Es su primera vez en Albania? ¡Disfrute de su viaje en “bichicleta”! ¡Bienvenido!


Durante estos primeros minutos de pedaleo absorbemos sensaciones por los cinco costados. Todos los sentidos funcionan al 100%. Los pastores y conductores nos sonríen y saludan con espontaneidad. Son esas primeras imágenes del país, esas que se quedan grabadas en las retinas para siempre. Las diferencias con sus vecinos griegos son claras, los albaneses tienen tendencia a clavarte la mirada, lo hace por curiosidad, mientras en Grecia las miradas eran más evasivas.


Dejamos caer las bicis por una carretera descendente y vamos analizando los cambios humanos y paisajistas. Nos damos cuenta de que han desaparecido las frondosas arboledas que nos habían acompañado por todo el norte de Grecia. La tala de árboles y los incendios se han cobrado la vida de la mayoría de nuestros hermanos los árboles a este lado de la frontera. Volvemos a ver bastantes plásticos y basuras arrojadas a los arroyos.



Nos asombran unos grandes champiñones de hormigón. Son búnkeres que siguen apareciendo en el horizonte aún cuando ya hemos recorrido más de una veintena de kilómetros desde la frontera. A estas alturas parecen algo fuera de lugar, algo extraño y sobrepasan en número lo razonable. Poco después, en un café, Besmir un joven albanés, nos lo aclara todo. Nos da una explicación insólita: Los búnkeres albaneses responden a la neurosis enfermiza de nuestro antiguo dictador comunista Hoxcha.


Durante los 41 años de dictadura, el tal Hoxcha bunkarizó su país construyendo más de 200.000 de estas setas grises de cemento, por temor a una invasión inminente de sus vecinos. Incluso tenía miedo de los que yo entendía, hasta ese momento eran sus aliados comunistas: los Yugoslavos de Tito. Al parecer Hoxcha les acusaba de falsos comunistas y temía que cualquier día tratarían de invadirlos. En el otro lado del telón de acero, no es una sorpresa que también tuvieran sus malos rollos.


Besmir continua contando que Hoxcha, el dirigente socialista albanés, después de enfadarse con Tito, se peleó también con la URSS y se alió con los chinos. Entonces, en las escuelas albanesas se empezó a estudiar a Mao y por su parte, en los cines chinos se empezó a proyectar el cine albanés, como el mejor ejemplo del cine europeo.


El desgarro económico de su frenética burbuja constructiva bunkeriana afectó seriamente a la posibilidad de realizar inversiones en otras infraestructuras, tales como vías férreas o carreteras y desangró económicamente al pequeño país. Aunque lo cierto es que estas últimas; las carreteras, no eran muy necesarias en un régimen tan tremendamente aislado y rígido que prohibía la propiedad privada de vehículos a motor. Todo lo que se movía por entonces en los caminos y las maltrechas carreteras albanesas eran carretas tiradas por mulas. Por cierto, que todavía nos cruzamos con algunas de ellas.


Inicialmente en estos primeros kilómetros pedaleando por el nuevo país parece darnos la impresión de que la gente tiene un carácter diferente a sus vecinos griegos, más directa pero a la vez dócil o quizás se trate tan solo de mayor curiosidad, después de tantos años de aislamiento. Aunque he de reconocer que muchas veces el cruzar una frontera normalmente “nos hace bien”. Pienso que a veces al pasar la línea de un nuevo país cambiamos la perspectiva, nuestros sentimientos, nos volvemos más abiertos, dejamos en la aduana algunos prejuicios que inevitablemente vamos acumulando durante el trayecto a nuestras espaldas o que quizás ya llevábamos con nosotros desde antes. La mayoría de las veces tras pasar una frontera empezamos a observarlo todo con más interés pero a la vez con una actitud menos crítica.


Continúa lloviendo, como lo había hecho durante los últimos días en Grecia. Pedalear, comer y acampar con lluvia habían hecho bastante duros los últimos kilómetros en el país donde nació la Filosofía estoica, pero pese a pedalear mojados habíamos logrado avanzar con una actitud bastante positiva. Solo perdimos la sonrisa y hasta la compostura, cuando decidimos no acampar y alojarnos en el último hotel de la frontera griega. Era un día gris donde la tormenta nos había pillado pedaleando en medio del campo sin posibilidad de refugiarnos en el porche de una casa de campo, un establo o en una iglesia, como habíamos venido haciendo hasta entonces. Nos cayó una manta de agua, aderezada con granizo y viento. Lo peor duró casi 30 interminables minutos. Nos dejó calados hasta el tuétano de los huesos y fulminó la sonrisa de nuestras caras.


Se debería revocar la licencia de apertura a un hostelero que aloja viajeros sin vocación hospitalaria. Es como un cura sin fe o un torero que sale a la plaza muerto de miedo, de esos que canta Sabina al otro lado del telón de acero. Este fue exactamente el caso en el Hostal Krystal. El propietario, un tipo condenado a llevar mala cara de por vida, debió ver nuestro aspecto desesperado y nos dijo el primer precio que se le pasó por la cabeza por una habitación sucia y cutre. Cuando le pregunté si el precio incluía al menos un gran desayuno me respondió: que si estaba majara, agachó la cabeza y siguió jugando al tetris en su móvil, sin estar dispuesto a gastar ni un solo minuto de esfuerzo más con nosotros. En Grecia habíamos pasado más de tres felices meses, encontrado gente maravillosa y el incidente nos pilló por sorpresa y nos dejó muy mal sabor. Tras la frontera albanesa pasamos tres o cuatro hoteles con muy buena pinta y nos lamentamos de no haber avanzado un poco más y haber dormido al otro lado.



Llegamos a Bilisht, un pequeño pueblo albanés, el primero que visitábamos. Dicen que Albania es un buen ejemplo de tolerancia religiosa y donde por ejemplo cristianos y musulmanes celebran matrimonios mixtos con normalidad. Si esto es así no lo comprobamos, no nos invitaron lamentablemente a ninguna boda, pero si podemos dar fe de que numerosos minaretes y campanarios comparten los cielos de la ciudad en armonía.


Cuando atravesábamos la ciudad un amable policía, vestido con un gastado uniforme amarillo, espontáneamente nos pitó con el silbato y yo, falto de imaginación, vergonzosamente grité: PENALTI. Afortunadamente no se lo tomo a mal y nos advirtió de que seguíamos la ruta incorrecta hacia la capital: Tirana. Le preguntamos por un establecimiento de cambio y nos indicó a unos 100 metros, ubicado entre una taberna solo de hombres y una tienda de ropa interior femenina.


En el establecimiento hacemos nuestros cálculos: 1 euro son 126,5 leks, un buen cambio, aceptamos. Y pronto nos invade la curiosidad: Un café: 40 céntimos de euro. Un kebab: 1 euro y medio. El sueldo de un policía: 400 euros, nos cuenta lamentándose el agente del silbato.


De camino a Korça, la sexta ciudad más grande de Albania, más setas de hormigón regadas por el campo. Los agricultores y ganaderos locales las utilizan para guardar animales o aperos de labranza. También algún vinicultor las usa como bodega. Me quedo con la curiosidad de probarlo aunque yo diría que de un bunker solo puede salir vino peleón.



En la carretera, observando los vehículos, nos damos cuenta de que los albaneses tienen fijación por las viejas tartanas alemanas. Otra vez como en los paises “estan”, los albaneses también siguen en tema de vehículos la filosofía: “Mejor coche grande, ande o no ande”. No he visto en ningún país tantos Mercedes Benz, ni siquiera en Stuttgart, en Alemania, donde los fabrican. Hay mas Mercedes que botellines de cerveza en los bares de Sevilla.


La carretera tiene buen asfalto, suficiente arcén y nos sentimos seguros con la manera de conducir de los albaneses. Pedaleando otro fenómeno nos llama la atención: los Lavazh. Son chiringuitos mas o menos cutres de lavado de vehículos a manguera, sin artefactos de alta presión. Hay cientos de ellos junto a las carreteras. Un par de jóvenes fumando, con los ojillos medio cerrados por el humo de un cigarro y manguera en mano arrojan agua y jabón, claro esta...sobre viejos Mercedes.


Albania tiene una altísima tasa de desempleo. Luftar, el empleado de una gasolinera en la que paramos a repostar la bombonita de la hornilla de cocinar, nos cuenta: Durante el comunismo todos tenían trabajo, el sistema era bien fácil, tres personas hacían por entonces el trabajo de una. Tenemos un dicho de aquellos tiempos: “Nosotros hacíamos como si trabajáramos y ellos como si nos pagaran”.


Llegamos a Korcha, una pequeña ciudad con algo más de 50.000 habitantes. Nos sorprende su cuidado y turístico centro, sus restaurantes, cafeterías y “hasta la korcha” de turistas, todos ellos albaneses. En sus calles, casas preciosas y bien cuidadas comparten sus muros con otras que en su día probablemente también elegantes, hoy se caen a pedazos. El contraste es llamativo. Hemos hecho un amigo espontaneo tomando un expreso en una cafetería, Milot. Nos cuenta que muchas casas fueron abandonadas o expropiadas a la llegada del comunismo. Y allí están esperando todavía el regreso de sus familias. Albania tras las expropiaciones comunistas, tiene un gran problema con la titularidad de las propiedades inmobiliarias. Milot tiene un amigo funcionario en el registro de la propiedad y me asegura que no es un trabajo sencillo, es un auténtico follón de papeleo y en realidad un freno a las inversiones extranjeras. Se lamenta de que por este motivo no hay en Albania Mc Donalds o Burger Kings.


Hay muchas obras por todas partes, se repara y trabaja en muchas casas y edificios. La ciudad se mueve, tiene vida, trata de renacer del comunismo y de los años posteriores de caos que como a otras ex-repúblicas soviéticas también le tocó vivir a Albania. Patrulleros policiales lucen pegatinas que informan haber sido donados por los EEUU o Alemania. También edificios institucionales han sido construidos o restaurados con financiación japonesa o suiza.



El pronóstico es de lluvia y tormentas al atardecer. Decidimos no acampar y alojarnos en un hotel casualmente también como el griego llamado Kristal, situado en la colina desde donde puede verse toda la ciudad. Veinte euros la noche por dormir en un viejo hotel comunista con más de 50 años. Aunque sus empleados son amables, el edificio no se puede calificar como acogedor y sin embargo es interesante. Se me antoja más acorde con un edificio de la Sigurimi, una especie de KGB a la albanesa y nuestra habitación como una de sus celdas. La electricidad se va intermitentemente y la luz termina definitivamente desapareciendo cuando se escuchan los primeros truenos de una tormenta.


A la mañana siguiente desayunamos en el hotel soviético con la noticia de dos cicloviajeros muertos en México. Fueron hallados en el fondo de un barranco, uno de ellos sin pies ni cabeza. La policía mejicana todavía se plantea que pudo ser un accidente. El suceso nos deja pasmados y nos da mucho en que pensar y hablar durante el desayuno. Nosotros nunca hemos pasado más miedo que el derivado del tráfico en una estrecha carretera, un conductor loco que pasa demasiado cerca de la bicicleta, el ataque de un perro callejero, una intoxicación alimentaria, un ciempiés paseándose por mi estómago o una garrapata adosada tres días en mi tobillo... pero peligro criminal, nunca. Seguimos pensando que el mundo es un lugar en general seguro y que estos pobres compañeros de sueños e ideales tuvieron la mala suerte de encontrarse en su camino en bicicleta con un psicópata.


Tras darnos un paseo por Korcha, nos sentamos en un bar del bulevar principal de la ciudad, lleno de gente paseando o sentada en los bares o restaurantes. Un joven se sienta junto a nosotros clavándonos la mirada, al estilo más puro de los albaneses. Que te miren fijamente, de arriba a bajo, deteniéndose en cada detalle y tratando de saber lo que hablas y en que idioma lo haces, no es siempre divertido. El chico quiere hablar, saber de donde somos y que hacemos en su pueblo. Yo estoy de acuerdo en participar en su juego, pero a cambio de alguna broma. Tiene unos 25 años, esta bastante gordito y descubrimos por el casco, que reparte comida rápida en un ciclomotor. Esta esperando a que haya un pedido y mientras espera, se sienta enfrente nuestra mirándonos fijamente y se enciende un cigarro.


Con los ojos casi cerrados entre las espirales del humo y con ambas manos tecleando un mensaje en el móvil, disimulando mal su falta de interés, me pregunta:


- Where are you from? (De donde sois? )


- De Turquía, respondo


- ¿De Estambul?


- No de Izmir


Y me doy cuenta inmediatamente de que quizás no he escogido el mejor lugar para inventarme mi espontanea y nueva identidad. Voy a tener que pensar rápido. No hace tanto que Albania era parte del Imperio Otomano.


Marleen me mira con los ojos abiertos como platos, me cuesta no soltar una carcajada.


- Turquía, repite lentamente...

parece sospechar.


- Y, ¿Usted que hace en Turquía?


- Soy profesor de música. Toco en la orquesta de la ciudad. Ahora estamos visitando a unos colegas músicos albaneses.


El chico se queda un rato pensando, sin saber muy bien que decir..

Al final lo suelta:


- ¿Cree que sería una buena idea irme a trabajar allí?, puedo incluso decir algunas palabras en turco...


Este es uno de los grandes temas en Albania, todos los jóvenes sueñan con emigrar, preferentemente a Europa, pero en realidad cualquier país es mejor que Albania.


- No puedo darte mucha información, aunque si puedo decirte que la situación política actual en Turquía es bastante complicada. ¿Quizás es buena idea primero formarte en una profesión o estudiar algo?


- Pero allí podría repartir Kebabs como hago aquí, seguro que ganando más dinero...


De repente el chico sale corriendo, toma un par de hamburguesas empaquetadas, salta sobre la moto y desaparece a gran velocidad por el bulevar esquivando gente y quizás soñando que reparte kebaps por las estrechas calles del centro de Estambul.


Se escuchan las campanas de la iglesia y poco después la voz de un muecín llamando a la oración. Tanto a la iglesia ortodoxa como a la mezquita acuden bastantes fieles, un buen porcentaje son jóvenes. Todos salen una hora después de la iglesia ortodoxa de espaldas, santiguándose y haciendo reverencias. Algunas madres con hijos en sus brazos piden limosna. Me alarma, pero no hace tanto tiempo esto ocurría también en España.


Me levanto al día siguiente con una idea que me ronda la cabeza: Siento el peso de un año y cinco meses de viaje. La separación de la familia y los amigos. ¿Es legítima esta separación impuesta a quienes nos quieren? Es una pregunta que me da vueltas pedaleando aquella mañana. Pero incluso estos pensamientos no nos impiden desviarnos un poco del camino más corto hacía casa. Desde Korcha pedaleamos en zig zag hasta el lago Ocrida uno de los lagos más antiguos y excepcionales de nuestro planeta.


Declarado patrimonio de la humanidad de él se ha dicho que “es un museo de fósiles vivientes”, por las especies endémicas que habitan en sus aguas. El gran lago es un precioso objeto de estudio biológico para Marleen, y sus aguas trasparentes configuran un precioso paraje para zambullirme para mi. Por unos u otros motivos ambos nos sentimos atraídos y nos desviamos de la ruta. Además se ubica entre la frontera de Albania y Macedonia, y es la oportunidad a tomarle el pulso a un nuevo país, el catorceavo del viaje.


Su reconocida excepcionalidad no le ha librado de las amenazas comunes de otros lagos: contaminación de aguas residuales e industriales, pesticidas y otros productos de uso agrícola, eutrofización (crecimiento desenfrenado de algas en el agua) y exceso de pesca.


Pedalear el perímetro del lago nos permite una rápida incursión por el país con nombre de yogurt de frutas: Macedonia, y cuya denominación casualmente tiene ahora sus días contados tras la larga y enquistada disputa al respecto con Grecia. Este país tiene una región con el mismo nombre, esta es en realidad la auténtica Macedonia, la patria de Alejandro Magno, el gran rey conquistador macedonio. El creador de uno de los más grandes imperios que ha conocido la historia de la humanidad y que llegó desde Grecia a la India. Los griegos se sintieron profundamente ofendidos cuando la ex-república yugoslava alcanzó la independencia y en su versión de los hechos les robó el nombre. El problema actualmente al parecer es más que no saben qué nombre ponerle al país.



Bajando a las orillas del lago, tuvimos un encuentro sorprendente. Una pareja de franceses que llevaban adosado a la bicicleta un carrito con un bebé. Al principio pensé que daban una vuelta en bici por Albania, quizás solo un par de días, pero en realidad habían salido en bici desde su casa en Francia y sus planes eran llegar hasta Kirguistán. Me quedé pasmado. Si yo me planteaba problemas morales con este viaje por la separación familiar, ¿Cómo sería este tema para ellos y sus familiares? ¿Qué pensarían los abuelos de llevarse el bebé en las alforjas? Para mi, su viaje si que era digno de admiración.


Entramos en Macedonia siguiendo las orillas del Lago lago Ocrida y nos damos cuenta que estamos en un embudo de trotamundos: mochileros, cicloviajeros, caravaneros y motoristas se juntan a orillas del lago. Éramos muchas las almas viajeras que pisábamos ese día aquel mismo asfalto. Además de la pareja del bebé, poco después pasamos un ratito charlando con unos ciclistas suizos que se dirigían a Grecia, unos mochileros alemanes que se disponían a cruzar las altas montañas del parque nacional Galicica al mas puro estilo Jeremiah Johnson, y nos pasaron además bastantes motoristas y caravanas con matrículas de la Europa occidental.


A la izquierda teníamos las trasparentes orillas del lago, a la derecha altas montañas forradas de árboles y de cimas calizas, las que querían atravesar los mochileros alemanes vivaqueando en sus cumbres. Pasamos por las puertas del Parque Nacional Galicica. Y nos contentamos con observarlo desde sus lindes. En algún momento se debe decir “hasta aquí hemos llegado”, no podemos verlo todo. Antes de llegar al asentamiento prehistórico de la Bahía de los Huesos y después de unos 65 kilómetros pedaleados acampamos en unos acantilados junto al lago, ocultos entre algunos arbustos.


El día siguiente pedaleamos de regreso a Albania. El objetivo era llegar a las oficinas del Parque Nacional Shebenik-Jablanica donde Marleen había contactado con sus empleados. Pasamos dos estupendos días visitándolo.


Aquí: Blog de la visita al parque, que Marleen esta pendiente de colgar.


Tras la caída del comunismo un periodo de caos había hecho descender drásticamente la fauna salvaje albanesa. A pesar de la democratización y estabilización institucional del país a finales de los noventa la presión cinegética, no había permitido una verdadera recuperación de la fauna. Por eso el gobierno además de crear nuevas reservas naturales, decidió imponer una prohibición total de cazar durante cinco años. Era la única forma de frenar la inminente desaparición de algunas especies en los bosques de Albania; osos, lobos y linces.


Abandonamos el parque después de dos días maravillosos visitando el parque, colmados de atenciones por sus empleados, aunque los dos salimos de allí con el virus de la gripe instalado en nuestras gargantas.


Todavía sin estar totalmente recuperado del resfriado que arrastraba desde que llegamos al parque hacía dos días decidimos pedalear desde el parque siguiendo la autopista hasta Tirana. Tiene un enorme arcén, poco tráfico y aunque tiene señales de prohibición para ciclistas, no creíamos que nuestra presencia le molestara a nadie.



Efectivamente pedaleamos por la autopista sin problemas, pero a 17 km de Tirana, tras salir de un túnel, frente a un retén de bomberos, uno de los perros que danzaban por la cuneta junto al edificio, se abalanza sobre la bici de Marleen y muerde la alforja derecha como si hubiera visto un demonio. Marleen pierde el control de la bici y esta muy cerca de caer. Termina en el carril contrario que afortunadamente no tenía tráfico en ese momento.


Un bombero petado que veía pasar el tráfico desde la cuneta se queda pasmado con el ataque perruno, sin poder reaccionar. Este no es mi perro, es lo único que acierta a decir.


Después de 65 kilómetros entramos en la pintoresca Tirana entre goterones de agua preludio de una gran tormenta. La ciudad esta entre altas montañas boscosas. Su cielo está cubierto por oscuros y desgarrados nubarrones que empiezan de repente tras unas primeras gotas a descargar una granizada. Tras refugiarnos en un porche durantes casi una hora, seguimos bajando hasta el centro de la ciudad convertido en un caos. Coches cubiertos de agua hasta los techos, alcantarillas que expulsan agua como geiseres, cruces transformados en lagunas…pedaleamos por el centro con las pantorrillas bajo el agua.



Los conductores de Tirana no me parecen tan agresivos como describen las exageradas guias de viaje, de nuevo el mal juego mediático barre en contra de los albaneses. Hay algo de congestión, algunos pitidos y algo de caos, pero todo me parece normal después de la que ha caido.


Eso si hay muchas bicis, muchas más que en Atenas y nos sorprenden algunos carriles bicis y paradas de bicicletas de alquiler. Bastantes ciclistas respetan los semáforos y al contrario que Grecia, todos los motoristas llevan casco. Policias con silbatos tratan de regular el tráfico.


El nombre de la capital no hace honor a su ambiente, la ciudad me parece acogedora. Entre las cuatro rocambolescas teorías que explican el origen del nombre: Tirana, ninguna tiene que ver con una forma despótica de gobierno, son todas derivaciones de palabras que no tienen nada que ver con su actual significado. De hecho desde el primer momento nos damos cuenta de que la ciudad rebosa deseos de humanidad y de agradar al visitante.



Nos alojamos en el Albanian Trip, un hostal que no esta nada mal, por 20 euros. Es en realidad un pequeño bloque de pisos-vivienda trasformado en hostal decorado a estilo sesentero. Abundan viejos objetos de la época soviética, radios, teléfonos y carteles de la época comunista. Comprobamos que el perro que atacó a Marleen ha agujereado la alforja cuyo interior está empapado de agua.


Al día siguiente Marleen se levanta con una gran idea hacer un Free Waking Tour por Tirana. Tenemos suerte un motivado chico joven estudiante de historia es el guía. Acudimos unas 20 personas de diferentes nacionalidades.



Es gracioso el truco que comenta para recordar las principales expresiones del idioma albano: Po-llo / si-no. Y los consejos de no fiarnos del lenguaje corporal, mover la cabeza verticalmente en este pais puede significar no.


Nuestro guia va contando la historia de la ciudad, los antiguos Ilirios, los romanos, los bizantinos y los Otomanos, se fueron alternando durante las centurias. Finalmente llegó Hoxcha, el dictador comunista. Nuestro guía explica sobre esta última etapa todo con mucho tacto, se nota que es todavía un capitulo sensible de la historia. Durante sus explicaciones algunos ciudadanos se acercan para oír lo que se cuenta a los turistas.


Uno de los integrantes del grupo se desmaya, parece que sufre un infarto, es momento de dejar la pluma y echar una mano. Continuará...

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