En la Isla de Quios leyendo Zorba
"Vale la pena vivir la vida como si fuéramos a morir mañana…¿O más vale vivirla como si nunca fuéramos a morir?"
Zorba el Griego
Los cinco varones maduros que componían la tripulación recibían con un cordial saludo a los pasajeros dando sensación de solvencia profesional, algo que no me sorprendía en un país con tan larguísima historia naval. No en balde la navegación y el comercio habían sido el auténtico motor de la civilización griega. La primera colonia griega en España: Ampurias, que no casualmente significa mercado, había sido fundada por griegos llegados en sus barcos hacía 2600 años. La tripulación ató nuestras bicicletas a las barandillas del barco y subimos a cubierta. Desde Çesme (Turquía) a la isla griega de Quios (Grecia) solo mediaban tres cuartos de hora de navegación en aquel pequeño barco con bandera griega. Nos sentíamos emocionados con la idea de cambiar de por fin de continente, dejar Asia después de más de un año pedaleando y entrar en Europa.
Yo pensaba en cubierta en los consejos del viajero y escritor Javier Reverte, quien reniega de leer aburridas guías de viaje durante sus viajes y afirma que el viajero debería viajar por un país con un buen relato literario sobre el lugar que visita. Siguiendo su consejos entrabamos en Grecia con “La vida y aventuras de Alexis Zorba” de Nikos Kazantzakis en el brazo. Una de las novelas más inspiradoras que ha llegado a mis manos, un auténtico canto literario a la vida y la amistad. Tengo que reconocer que debió marcar mi perspectiva del país heleno y sus habitantes.
Bicicleta de Marleen y moto del buscavidas en el pequeño barco de Cesme a Quios
Al embarcadero también llegó un joven motorista holandés de veintitantos con aires de aventurero buscavidas, pantalones rajados y chaqueta de aviador. La tripulación amarró su vieja honda Transalp cargada de macutos junto a nuestras bicicletas y nos contó que regresaba a su país después de haber recorrido Irán. Confieso que me invadió un poco la envidia, le hubiera cambiado sin pensarlo en ese momento las bicis por su moto y regresado con Marleen de paquete hacia el Oriente. Una vez embarcados todos los pasajeros, en su mayoría griegos, nosotros y el holandés éramos los únicos en cubierta interesados por la navegación y el paisaje marítimo. Desde la bahía turca veíamos la cercana isla Griega de Quios, a unos 15 kilómetros. A 20 euros el pasaje, nos salía a mas de un euro cada kilómetro del trayecto. El pequeño barco se alejó de la bahía y salió a mar abierta. Comenzó a entonces a azotar el viento y las olas empezaron a mecerlo con violencia. Bajamos con dificultad por las escaleras al interior del barco y todos nos miraron como si llevaran un rato esperando nuestra llegada. El interior del pequeño barco era como un especie taberna griega de una película de época. Había una pequeña barra en la que se servía una especie de anís además de café, con algunos pastelitos. Algunos abuelos jugaban al Tavli, en realidad backgammon, un juego bastante popular en Grecia. Los jugadores lanzaban los dados haciendo cabriolas con gran habilidad y cambiaban las piezas golpeándolas fuertemente contra el tablero. Otros pasajeros con grandes bolsas y maletas se sentaban en largos asientos tapizados en plástico marrón imitando burdamente el cuero, y hablaban en voz alta y con grandes gestos. El mobiliario era de otra época en madera natural y las luces de un apagado anaranjado. Era exactamente como me imaginaba el barco que llevó a Zorba y su patrón desde el puerto del Pireo en Atenas hasta la isla de Creta. Las conversaciones aunque incomprensibles para nosotros sonaban en un idioma familiar. Esas palabras eran mucho mas cercanas que las del alemán, el inglés o el francés. Los carteles en griego con su alfabeto casi jeroglífico nos maravillaban y nos esforzábamos para identificar alguna palabra.
Leyendo Zorba el griego en el Hostal Filoxena
Llegamos ya de noche a la Isla de Quios, una más de las alrededor de 2000 islas que tiene Grecia. Según la leyenda, todas ellas nacieron al rozar Poseidón con su tridente las altas montañas de la Península Griega. Decidimos no marearnos de noche buscando en las afueras del pueblo un solar donde montar la tienda. Aquella noche dormiríamos en un hostal. Deambulamos con las bicis por el pequeño pueblo mas de una hora, tratando de encontrar un motel con habitaciones libres pero todo estaba ocupado por estudiantes. Algo que no terminamos de entender: ¿Qué hacían tantos estudiantes en Febrero en aquella pequeña isla?. Nunca lo descubrimos. Cuando ya estábamos casi decididos a acampar en el parque céntrico del pueblo y esperábamos que sus gentes se fueran a la cama, Marleen vio por casualidad la puerta del Hostal Filoxena. Tenía un precio razonable, una recepcionista amable y camas limpias.
A la mañana siguiente me levanté con una idea fija: Quería pasear por Quios y saber como vivían y veían los griegos el mundo. ¿Serían en algo parecidos al fascinante Zorba?, o era una ingenuidad como la sería pensar que todos los españoles tenemos algo de Don Quijotes.
La recepcionista nos sirve un modesto desayuno de café, tostadas con mantequilla y aceitunas. La mujer se muestra muy curiosa por nuestro viaje y nos cuenta las enormes ganas que siempre tiene de viajar y salir de Quios. Pero también se lamenta de lo fuerte que son los lazos que unen a sus habitantes con estas pequeñas islas. Son muchos los que se van dejando el alma en ellas. Ella en un par de ocasiones había tratado de salir de la isla impulsada por un deseo irrefrenable de ver mundo, pero tras algunos días los sentimientos de añoranza de sus montañas, su aire, su luz y el mar, la habían hecho volver.
Monasterio Nea Moni
Nos sugiere visitar el Monasterio de Nea Moni. Tras el desayuno, nos dirigimos al Monasterio pedaleando con las bicicletas aligeradas de peso. Dejamos las alforjas a la buena señora. Por el camino nos cruzamos con algunos religiosos ortodoxos con sus trajes negros y llamativas barbas y coletas canas. El monasterio estaba situado en el centro de la isla que por desgracia para nuestras piernas tenía un perfil totalmente montañoso. Olivos, pinos, higueras y un espliego especial adornan parcialmente las laderas y constituyen la principal producción de la isla. Sus altas cumbres grises, que trataban de escapar a nuestras pedaleadas, separan la cara norte de la sur y configuran dos diferentes zonas climáticas. En la cara norte se concentraba una gran masa nubosa que nos privó pronto del sol y amenazaba con llover.
Tras 12 km de constante subida por la carretera de montaña sin apenas tráfico, faltando un kilómetro para coronar las cimas de Quios y llegar al monasterio, Marleen todavía con algunos síntomas de la gripe canadiense, decide plantarse. Sera no puedo más, te espero aquí. Le dejé la flauta y los prismáticos y yo continué solo hasta el monasterio. Quedamos en que ella me esperaría allí.
Marleen pasando el tiempo durante mi visita al Monasterio Nea Moi
La verdad es que desde por la mañana yo no había visto a Marleen subiendo a las cumbres pedaleando por ver una iglesia o un monasterio. La religión y sus edificios no son su fuerte. Otra cosa hubiera sido pedalear montaña arriba para visitar un parque natural, ver pájaros o un animal de una especie rara. En cuanto a lo de la flauta, en realidad se trataba de una cabezonería mía desde hacía algún tiempo. Durante el viaje habíamos hablado en varias ocasiones de tocar algún instrumento, pero no nos decidíamos a comprar ninguno por cuestiones de precio, pero sobre todo de peso y espacio. Estando en Izmir se me ocurrió comprar una flauta a la que le dedicábamos todos los días unos divertidos minutos para aprender. No había prisas y nos habíamos dado de tiempo hasta nuestra llegada a España para aprender.
Tras un kilómetro de subida y dos de bajada en solitario entre un espeso bosque de pinos y lentiscos, llegué a una hondonada donde entre las nieblas se intuía el viejo edificio del monasterio y en su entorno numerosas construcciones de piedra en ruinas. Todo parecía en un lento proceso de restauración. La puerta principal al recinto, de vieja madera recia, estaba cerrada, pero tras investigarla un poco logré mover el cerrojo y me las apañe para abrir las puertas y poder echar un vistazo. Dentro se levantaba una bella iglesia de piedra y diversos edificios de aspecto medieval junto a una torre de defensa. En una pequeña casita antes de la entrada de la iglesia, se oían las voces de varias personas charlando, metí toda la cabeza a través de una pequeña ventana.
En solitario hacia el Monasterio
´´Hello, hello´´, dije en voz alta.
Y casi inmediatamente escuché que alguien dijo: ´´Turista´´ (y algunas otras palabras más que no entendí).
Una señora salió y me dijo que las visitas habían acabado a las 13:00. El monasterio estaba cerrado a visitantes. Le dije que era un profesor de Historia del Arte español y que viajaba en bicicleta desde muy lejos. Que sería una lastima haber subido pedaleando toda aquella montaña para tener que volverme sin ver por dentro el monasterio que a todas luces parecía muy interesante.
Se fue a preguntar a un monje ortodoxo vestido de hábito negro, largas barbas canas y coleta que pareció dar el visto bueno. La mujer, que trabajaba como restauradora, fue acompañándome por todos los recintos y explicándome la historia del monasterio cuyos orígenes se remontan al siglo XI, y fue declarado recientemente Patrimonio de la humanidad. Me hizo algunas preguntas que me pusieron en un aprieto y me obligaron a pensar rápido e inventar una respuesta. La iglesia conservaba unos bellísimos mosaicos bizantinos y sus preguntas se centraron en ellos. Una torre de defensa en la entrada al complejo había defendido a los habitantes de la isla de diversas invasiones turcas y genovesas. Y el refectorio se conservaba como si los monjes siguieran utilizándolo diariamente para comer.
Mosaicos bizantinos del interior del Monasterio Nea Moni
Me inundó la prisa por volver al recordar que Marleen me esperaba desde hacía un buen rato en la ladera de la montaña. La restauradora empezó a preguntarme por España y el Arte hispánico, obligándome a refrescar la memoria y traer a colación algunos embustes y me contó que visitaría Madrid y Sevilla en un par de meses. Es asombroso la atracción de los griegos por nuestro país, cultura e idioma, como me iría dando cuenta a lo largo de nuestra estancia en Grecia.
Por el camino de regreso me tropecé con un pequeño niño pastor a caballo de piel morena, nariz grande y ojos del color del mar Egeo. Me saludo efusivamente. El sólo era señor de un rebaño de al menos cincuenta ovejas y una decena de cabritos, a su servicio tenía tres grandes perros mastines que lo escoltaban a modo de escuderos. Lamentablemente no hablaba inglés y Marleen me esperaba, así que lamenté saludar al pequeño Zorba con prisas y seguí dando pedales.
Cuando llegue de nuevo a donde Marleen se había quedado, había pasado ya mas de una hora, aunque esto no fue un problema. Marleen observaba aves y con esta tarea puede pasarse horas sin aburrirse. Comimos con unas maravillosas vistas del mar y el pueblecito de Quios. El cielo se había despejado y el sol lanzaba con fuerza sus rayos sobre el mar generando la luz de las islas griegas de la que tanto hablan los libros. Probablemente la verdadera causa de nostalgia de sus emigrantes.
Vistas del Mar Egeo
Paseando con las bicis por el poblado de Quíos. El tráfico era sorprendente denso en un pueblo tan pequeño. Sus gentes se desplazan en coches, pero sobre todo en motos y ciclomotores. La mayoría sin casco, decisión que la policía parece dejar a voluntad del conductor. Pero a pesar del jaleo de sus calles, a la vez la gente es tranquila y sonríe. Se sonríen y saludan unos a otros, una costumbre que no habíamos visto tan arraigada en Turquía y otros pueblos del centro asiático.
Durante los dos días de estancia en Quios no vimos ningún turista extranjero si algunos extranjeros inmigrantes, quizás ilegales o más bien familias enteras ilegales. ¿Puede un ser humano ser ilegal? Pregunta un grafiti retórico en una fachada. Deambulan por las calles algunos refugiados Sirios con sus hijos. Son un resquicio de la crisis de refugiados que vivió la isla hace muy poco, desde las costas turcas llegaban diariamente cientos de personas que iban a parar al campamento Souda. Tomamos un café en uno de los numerosos bares de su paseo marítimo, en la que había aparcada una patrullera gris de la armada griega.
La población es religiosa y al pasar por las iglesias se santiguan. Son numerosas las Iglesias ortodoxas en Quios y sus curas de largos vestidos negros, coletas y largas barbas recorren las calles céntricas del pueblo con dignidad y hablan frecuentemente con sus habitantes. Muchos hombres entrados en edad se sientan en los cafés. Algunos con collares parecidos a los rosarios entrelazados entre los dedos. Los mueven y juegan con ellos.
Dejamos mi bicicleta en una pequeña tienda, para que repararan el noveno radio que se me había roto durante la última parte del recorrido en Turquía. Exactamente el sexto en la rueda trasera, la que soporta la mayor parte de los casi 40 kg de mi equipaje. Tras dejar la tienda nos planteamos si no sería mejor cambiar las bicis. Que Marleen, con 10 kilos menos de peso,condujera mi endeble bicicleta. Fuimos discutiendo esta idea de camino a la agencia para comprar los billetes del barco que nos llevaría al día siguiente al puerto del Pireo en Atenas.
El barco Quios Pireo
Todavía quedaban algunas horas para que llegara nuestro buque, así que nos fuimos a la parte más oscura del muelle de Quios. Pensábamos que allí podríamos practicar tocar la flauta sin espectadores, sin embargo no pararon de pasar gente paseando. La flauta y como los griegos nos veían a los españoles y a los alemanes nos ocupó hasta la llegada del barco. Nos sorprendía como España llamaba mucho la atención en esta pequeña isla. Habían sido muchas las personas que habían celebrado que yo fuera español y algo menos que Marleen fuera alemana. Las medidas anticrisis tomadas hace años, desde la Unión Europea fueron muy criticadas en este país. Supusieron dolorosas medidas de recortes y fueron achacadas fundamentalmente a los políticos alemanes. Es curioso como en algunos países yo, el español era el mas admirado y en otros lo era ella, la alemana. Tailandia era española, Vietnam alemana, en China ambos, Kazajistán era alemana, Azerbaiyán española, Georgia alemana y Grecia claramente española. Y sin duda los jugadores de futbol de los equipos españoles son los mas conocidos del mundo.
El gran ferry que nos llevaría al Pireo entró derrapando en el puerto, efectuando espectaculares maniobras a la vez que tocaba el claxon para que se oyera en todos los rincones la isla su llegada. De todas las calles empezaron a salir pasajeros arrastrando enormes maletas. Todos los empleados se movían eficientemente para embarcar con rapidez los camiones, los coches y los peatones. Nos montamos en las bicicletas y entramos pedaleando por el estomago del enorme buque.
Arriba en el barco la gente agudizaba el ingenio para encontrar un buen lugar para dormir. Nosotros nos fuimos a nuestros asientos a soñar con nuestra llegada a Atenas leyendo las aventuras de Zorba.