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Pedaleando por el norte de Grecia

Las montañas del Pindo son las responsables de las pintorescas formaciones geológicas surgidas hace miles de años en Meteora. Para llegar hasta sus torres conglomeradas y monasterios, debíamos pedalear atravesando aquella cadena montañosa conocida como la ¨espina de Grecia¨. Sin saberlo nos esperaban alturas de más de 2600 metros y paisajes alpinos, más propios de Europa central que de un país mediterráneo.



Tras dejar atrás las costas del Mar Jónico a través de la espectacular garganta Messolongiou-Aitolikou, ante nosotros se extendía una alta región de tierras solitarias, espesos bosques de pinos y cedros, ríos salvajes, profundos valles y escarpadas laderas. Solitarias carreteras a veces asfaltadas, a veces caminos que quedan ocasionalmente intransitables por derrumbes.


Llevábamos pedaleado solo algunos kilómetros desde la pequeña y bella ciudad de Agrinio, cuando quiso la fortuna que nos cruzáramos con Apóstolos, un marino mercante griego, oficial y capitán de grandes barcos cargueros hoy jubilado. Al vernos pedaleando, había aparcado su coche unos metros delante y nos saludó hablando en perfecto inglés primero y después español.



Apóstolos sin mediar muchas palabras fue al grano, nos pidió el mapa, tomo un lápiz e hizo una cruz señalando el lugar donde se encontraba su casa. Situada a unos 40 kilómetros, nos ofrecía pernoctar en su jardín. Cinco horas después, sobre las 19:00 llegábamos a su casa y descubríamos que Apóstolos vivía en un lugar muy especial.


Su casa se sitúa en un valle junto a un rio de aguas trasparentes, esta ubicada entre montañas vestidas de un manto de encinas. Para acceder a ella es preciso cruzar el rio sobre un puente estrecho de piedra. Un gran arco de medio punto construido hace más de 300 años. Por su estrechez es únicamente transitable a pie, en burro o bicicleta.


Rápidamente nos damos cuenta de que Apóstolos no vive solo, además de su esposa que ese día no estaba en casa, nos rodea un numeroso comité de bienvenida compuesto de perros y gatos. En la casa viven exactamente dieciséis gatos y cuatro perros todos con nombres que Apóstolos a escogido cuidadosamente. Nuestro anfitrión va nos los presenta a todos con paciencia: Afrodita es la gata madre de Pagoda, ésta a su vez tiene cuatro gatitos… Apóstolos no sólo es un amante de los animales sino que sufre viéndolos tirados en la calle. Acoge en su casa todo animal que ve desamparado, por eso en su casa se amontonan decenas de grandes latas de comida y un gran parte de su presupuesto se destina a ellos. Es un espectáculo ver como les da de comer con un gran cucharon y como pacíficamente ninguno se queda sin la ración que le corresponde.


Durante la cena hablamos de lo típico: nuestro viaje y sus andanzas de capitán de barco. Todo en español. Es impresionante como nuestro anfitrión ha aprendido el castellano sin un solo día en una escuela o academia, simplemente estudiando por si mismo de un libro durante sus días de marino.


Fue un momento muy emotivo cuando Apóstolos empezó a contarnos las andanzas de su padre en la guerra. Durante la Segunda Guerra mundial éste combatía en el frente que Grecia tenía abierto contra la Italia fascista de Mussolini en Albania. Italia había invadido este país y las intenciones de Mussolini eran llegar hasta Grecia. El ejercito griego no solo resistió los intentos de invasión, sino que lanzó una contraofensiva y arrebató al ejercito italiano el sur de Albania. Fue durante estas cruentas ofensivas en las que el padre de Apóstolos fue herido gravemente y tomado como prisionero.


Sobrevivió milagrosamente a una multitud heridas de bala y tras salir del hospital fue enviado a una prisión, saliendo de la misma únicamente para ser obligado a realizar trabajos forzados en una mina. Vio fallecer a una gran mayoría de sus compañeros prisioneros mientras el sobrevivía milagrosamente. En este estado de cautividad y trabajos forzados permaneció durante cinco años. En su cabeza solo rondaba una idea. Un prisionero le había hablado de un país neutral en el centro de la Europa invadida por Alemania, Suiza.


Escapó de la prisión y desde el sur de Italia recorrió toda “la bota” caminando por las noches mientras se ocultaba durante el día. Al caer el sol caminaba guiándose por las estrellas hasta el amanecer y entonces procuraba dormir y no ser visto. Consiguió llegar a los Alpes e incluso atravesarlos evitando los pasos montañosos mas accesibles y evidentes. Pasó muchísimo frio e innumerables calamidades. Finalmente fue sorprendido por los guardias de frontera helvéticos. Tratado como refugiado fue enviado a Zúrich, donde estuvo trabajando hasta el final de la guerra.


Con la paz, la cruz roja lo montó en un tren dirección a Grecia, donde su familia le había dado por muerto desde hacía tiempo. No nos podemos imaginar la sorpresa de todos cuando el padre de Apóstolos apareció en la casa en la que hoy cenábamos con su hijo.


Pusimos la tienda en el jardín, justo entre el lugar donde nuestro amigo se estaba construyendo una casa árbol y la parte de jardín destinada a cementerio para gatos.




La cantidad de ´buena gente´ que conocemos durante este viaje era el tema de conversación con el que aquella noche nos fuimos a la tienda. La hospitalidad de Apóstolos nos había emocionado. Como dice Marleen uno de los grandes atractivos del viaje, y de lo mas gratificante no es solo descubrir nuevos lugares, la naturaleza, las nuevas culturas o las aventuras, es simplemente conocer “buena gente”, gente que te ayuda u obsequia con su amabilidad de manera desinteresada.


Son tantos las buenas gentes que hemos conocido como Apóstolos que la lista sería interminable e injusta porque siempre podríamos olvidar a alguien. Con tantas malas noticias en los medios de comunicación es difícil no creerse aquellas teorías que circulan sobre el innato egoísmo humano o el gen egoísta. Y este viaje afortunadamente nos muestra otra realidad. El 99,9% de la gente es buena. El altruismo y la bondad son comportamientos normales y generalizados.


Marleen tiene preparada una teoría que trae a la conversación y me sorprende: La bicicleta atrae la socialización. Dice que atrae que la gente se interese por la forma en que viajas. Pero no solo despierta la curiosidad, sino que lo hace sin prejuicios y sin miedos. La bicicleta Sera nos convierte en un imán para la buena gente. Fue su última frase antes de caer presa del sueño con una sonrisa. Me deja muy despierto y pensando.


...


Por la mañana tomamos café con Apóstolos, con los mapas sobre la mesa y un bolígrafo en las manos. Nos explica la forma más bella de poder atravesar las montañas del Pindo hasta Meteora. Las opciones son muchas, pero ninguna de ellas parece fácil. La diversión esta garantizada y el nos da muchas herramientas y valiosa información. Nos despedimos de Apóstolos con abrazos y buenos deseos mutuos.


Después de exactamente 50 km de una casi incesante subida, entre paisaje alpino y un sol de justicia, tal como predijo Apóstolos llegamos cerca del viejo puente de piedra sobre el rio Aqueloos. El rio goza de un cauce en estado salvaje. Afortunadamente no han llegado los fondos económicos para su canalización. Esta lleno de meandros y restos de árboles arrastrados por las fuertes corrientes.


No sin cierto temor terminamos bañándonos en el rio, estábamos muy cansados después de tanta subida y calor. Es pura magia lo bien que se siente uno después de bañarse en unas aguas tan frías y transparentes. Lo cierto es que llevábamos tres días sin poder disfrutar de una buena ducha como la naturaleza manda, todo habían sido lavados de gatos con una toallita húmeda. La última ducha nos la habíamos dado en las alcachofas de las playas de Varasova. La sensación de acostarse pegajoso empezaba a ser desagradable y fue realmente placentero saber que esa noche esas sensaciones no nos acompañarían.



Acampamos totalmente expuestos en las laderas junto al rio, pero no nos preocupaba ya que el valle apenas parecía estar poblado, solo había una casa al otro lado del rio, a unos dos kilómetros. Y siendo el 99% de la gente buena, ¿Porqué preocuparse?


El paisaje que vemos a través de la cremallera abierta de la tienda inspira a pensar y escribir un blog: Grandes montañas en cuyas cumbres queda todavía algo de nieve, un gran valle recorrido por los meandros de un rio de aspecto salvaje con grandes piedras y bancos de arena blanca conformados por aluviones de las grandes crecidas del deshielo. Como ayer hoy también un ruiseñor canta incesante al anochecer. Marleen me explica que busca una pareja como la mayoría de las aves durante la primavera, aunque lo especial de esta especie es que canta frenéticamente durante la noche. Al parecer las ruiseñoras viajan y se desplazan cuando el sol se va y sus varones, grandes cantores como los tunos de nuestras ciudades cantan a sus damas bajo la luz de la luna.


Pasada una hora, ya dentro de la tienda, el viento cambia y nos percatamos de que hemos puesto lamentablemente la tienda cerca de un animal muerto. Huele bastante mal.

Otro amanecer de ensueño aunque con las piernas pesadas como plomos. A las 7:15 el sol todavía no había salido de detrás de las montañas, pero una tenue luminosidad iluminaba ya el valle, cubierto por una fina niebla que daba al amanecer un aspecto de misticismo. Salgo con dificultad de la tienda por el cansancio de mis piernas. El rio parecía bajar con algo menos de agua que el día anterior. El olor a fiambre había desaparecido. Apóstolos había acertado plenamente calculando nuestras fuerzas y planteando este maravilloso lugar para acampar y pasar la noche.


Yo me levante el primero, como siempre, hice medio litro de café y seguí leyendo como cada mañana en las últimas dos semanas las aventuras de El Trampero el libro de Vardis Fisher en que se basa la película de Jeremiah Johnson. No podía haber una ubicación más apropiada para aquella lectura de aventuras que se desarrolla en los extensos bosques americanos de hace una centuria y media.


Pero claro, no voy a ocultar que todo en los viajes no es un baño de felicidad, y que hay momentos de cansancio y por supuesto enfados. Incluso cuando la belleza del entorno parece que debería impedirlo. Me enfadé con Marleen cuando se quejó abiertamente de que no me preocupo del desayuno y de otros por menores. Sin entrar en detalles, mi reacción fue arrojar enojado la media manzana que me correspondía como parte del desayuno al rio Aqueloos gritando: ¡Odio las manzanas! ¿Dónde están las tostadas de jamón?


Cuando empezamos a pedalear diez minutos después, el enfado estaba totalmente olvidado. Si hay algo que agradezco en nuestra relación es la capacidad de enfriar y olvidar los enfados con rapidez y un beso. Me daba cuenta de que en realidad yo nunca había sido tan feliz como en este viaje de regreso a casa y me preguntaba si quizás nunca volvería a serlo así.


Tras cruzar el rio a través del puente de piedra se acabó el asfalto. Aquellos arcos ojivales que me recordaban los bellos puentes leoneses del Bierzo en el Camino de Santiago, nos introdujeron en un camino de empinadas pendientes con muchas piedras y arena.



Ya metidos en la faena de subir como fuera la pendiente el diablo nos mandó una tentación. Nos saludaron cuatro camperos en un cruce donde charlaban junto a un rebaño de cabras. Sorprendidos nos ofrecen montar las bicis en sus camionetas. ¡Qué difícil es decir que no, con la cara llena de sudor y las piernas petadas como castañas!, pero resistimos.


El paisaje alpino, salvaje, apenas poblado que se extiende centenas de kilómetros a nuestro alrededor merece ser recorrido en bicicleta, sin humos, ni atajos. Todo alrededor es un espectáculo en estos parajes montañosos y solitarios, los sentidos se agudizan y nuestra vista y pensamientos se detienen en las piedras conglomeradas que flanquean el camino y que se mezclan a ratos con enrevesados roquedales de fallas onduladas, la nieve que aún se derrite bajo las copas de las espesas coníferas que se alternan con los cedros y encinas y los pájaros que cantan en orquesta.


Sobre las dos de la tarde llegamos a las cercanías de un pequeño pueblo de montaña, con apenas una decena de habitantes. Compramos un poco de pan a un panadero ambulante que casualmente pasaba por allí y que nos salva del ayuno por falta de previsión. Nos paramos en una coqueta iglesia ortodoxa, con sus paredes llenas de coloridos Santos y Cristos. Todos con esas caras de pena propias del estilo bizantino. No hay nadie pero sus puertas abiertas. Sería un buen lugar para pernoctar pero todavía es temprano, debemos seguir.


Pasada las seis de la tarde llegamos a otro pequeño pueblo llamado Anthinio. Nos paramos en el centro neurálgico de su población masculina: la taberna. Jásas (hola), decimos en voz alta y pedimos un café y una Coca Cola. Nos invita espontáneamente un cliente, un jubilado vecino del pueblo. El camarero, un joven con gafas, barba y algo de panza, nos cuenta con dificultad que estuvo tres años en Alemania pero que no habla ni papa de alemán porque estuvo trabajando en un restaurante griego al que solo iban compatriotas.


Preguntamos por una tienda para comprar comida y el mismo jubilado arranca la moto y un par de minutos regresa con espaguetis y tres grandes tomates. Estamos bastante cansados, reventados a decir verdad y probamos suerte con el lugar de dormir. Marleen pregunta en la taberna si sería posible dormir en un pequeño campo de fútbol que hemos visto a la entrada del pueblo. Todos parecen asentir sin problemas e incluso con entusiasmo uno de ellos que vive en una casa junto al campo de futbol nos invita a desayunar la mañana siguiente.




...


El día siguiente por fin ya estamos muy cerca de Meteora. Desde varios kilómetros atrás se van desvelando lentamente a la vista sus torres y macizos conglomerados, es un paisaje pintoresco creado durante miles de años por los antojos geológicos de la naturaleza.


Meteora significa en griego suspendido en el aire. Sobre sus pináculos de piedra conglomerada se encuentran suspendidos seis monasterios ortodoxos declarados Patrimonio de la Humanidad. Es un lugar de una roca especial, un conglomerado de bolos graníticos de estructura similar a Montserrat o Riglos en España, con una interesante historia y lo que realmente más nos atrae: sus 700 rutas para escalar.


De hecho son muchos los griegos que reclaman para Meteora la cuna de la escalada. Según esta versión, los primeros escaladores tal como se entienden hoy en día, fueron en realidad monjes. Ermitaños que subían a estos pináculos para rezar y meditar más cercanos a Dios. Y ni cortos ni perezosos allí mismo, en sus cumbres, desafiando como los escaladores a la gravedad construyeron sus ermitas y monasterios.


Al llegar a Kalambaka, pueblo ubicado entre los macizos de Meteora, nos perdimos pedaleando las estrechas y empinadas cuestas del pueblo, siguiendo la pista a un camping fantasma que se señalaba erróneamente en nuestro mapa. Una pareja alemana mayor nos saco de nuestro error y nos puso en el camino correcto hacia uno de los dos campings de la zona.


El pequeño camping que a priori el que tenía más papeletas a ser el elegido por su sencillez, lo descartamos de inmediato por mal trato animal. Este es otro gran tema del que podrían verterse ríos de tinta: Los animales y en especial las aves como atracción turística. Dos loros y hasta cinco aves cantoras contamos en jaulas a la entrada del camping.



Las aves necesitan volar, necesitan la compañía de otras aves. Las aves siguen cantando cuando están enjauladas, pero ello no significa que sean felices, las aves se estresan y enferman en cautividad. Se vuelven neuróticas, se arrancan las plumas y llegan a provocarse la muerte. !Si se quiere disfrutar de las aves, nada mejor que salir al campo, si es posible con unos prismáticos! Debemos explicar esto a los dueños de estos establecimientos.


En nuestro viaje tratamos de conseguir fondos para la fundación Thin Green Line, una fundación que apoya a los guardas forestales y sus familias de países en vías de desarrollo. Ayúdanos sustentar a esta fantástica fundación haciendo una pequeña donación, incluso un par de euros pueden ser muy útiles para la protección del Medioambiente. DONACIÓN aquí.




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