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Atenas entre lo clásico y lo alternativo

''Cuando emprendas tu viaje a Itaca pide que el camino sea largo, lleno de aventuras, lleno de experiencias... ''


Poema “Itaca” de Konstantinos Kavafis


Nuestro buque, el “Knossos Palace”, una gran mole metálica impasible a las olas y a los vientos, necesitó siete horas de navegación nocturna para llevarnos desde la lejana Isla de Quíos hasta Atenas. Era un enorme navío cuyo lujoso interior parecía uno de esos cruceros que recorren los mares del mundo con miles de turistas en sus barrigas y los excesos propios del todo incluido.


Como la mayoría de los pasajeros a bordo no teníamos un camarote para poder dormir en una cama, teníamos los conocidos como airseats, los asientos más económicos en los que parecía no haber otro remedio que dormir con la espalda recta durante toda la travesía marítima nocturna. Sin embargo algunos pasajeros bien equipados con colchonetas y almohadas buscaban abordo esquinas o espacios adecuados para pasar la noche acostados. La permisividad de la tripulación y la franqueza del comportamiento de los pasajeros griegos, me confirmaba la idea de que Grecia es un país donde el cumplimiento de las normas se toma con relax.


También recibí esta sensación desgraciadamente con la presencia de algunos molestos pasajeros que tras haberse jartado de güisqui en el bar, hablaban a grandes voces sin dejarnos dormir al resto. Los barcos como los ferrocarriles son un buen reflejo de la cultura de un país y el interior de aquel coloso era en realidad confortable y con un ambiente distendido a excepción de aquel pequeño grupo de villanos insurrectos. Marleen terminó como otros muchos pasajeros, durmiendo tumbada directamente en el suelo del barco, a los pies de su asiento, mientras yo trataba de mantener la compostura durmiendo sentado con la cabeza en la chaqueta enrollada a modo de almohada.


Sobre las 6:45 el barco tocó su grave bocina un par de veces, dando a nuestra llegada a Atenas el glamour de una película antigua. Llegábamos al Pireo, el puerto histórico al que llegaban ya hace 2500 años las expediciones comerciales griegas venidas de las colonias fundadas por toda la costa mediterránea, además de los legendarios viajeros griegos Ulises, Hércules o los Argonautas. Una gran masa de gente impaciente con caras de sueño, esperaba la apertura de las grandes puertas en el estómago del barco. ¿Tendrían aquellos griegos los genes heroicos de los de la Grecia clásica? Primero fueron vomitadas las personas a pie y después los vehículos. Entre unos y otros salimos nosotros pedaleando sobre nuestras bicis.


Llegábamos con emoción a la ciudad de los primeros juegos olímpicos, de Filípides el corredor de la primera maratón, la ciudad de la diosa Atenea, su Acrópolis y su Partenón, Pericles y el origen de la democracia, Zeus y los dioses griegos, Homero, su Iliadada y Odisea, Aristóteles y la filosofía, Pitágoras y la matemática, los trescientos y las guerras con Esparta, Alejandro Magno y sus conquistas, etc.


Esta era la ensalada de nombres e ideas que me barruntaban la cabeza durante aquellas primeras gloriosas pedaladas en la Grecia actual, con mucho todavía de mítica y legendaria. Frente a mis idealizados pensamientos, Atenas nos recibía con mal tiempo, nos caían las primeras gotas de agua desde hacía muchos días. Pedaleábamos dirección centro, hacía el Partenón. Muy cerca de donde vivía Ariana, la chica griega de warmshowers que había aceptado alojarnos durante las próximas dos noches en el apartamento que compartía con su hermana.


Por el camino yo trataba de localizar entre los edificios la Acropolis y el Partenon, que desde mis tiempos de estudiante en el instituto he idealizado y soñado con visitar. Nos paramos en las primeras ruinas griegas que nos encontrábamos tras el desembarco, situadas junto a los bellos jardines nacionales. Formaban parte del templo de Zeus, destacaban unas grandes columnas corintias en pie y desde las que se veían la Acrópolis y el Partenón. Preguntamos a un par de turistas para que nos tomaran una foto con las bicicletas para inmortalizar el momento. Me gusta poner títulos a las fotos, como si fueran cuadros y a esta foto se me antojó titularla: Encuentro entre la bicicleta y la Grecia clásica.


Durante el recorrido pedaleando y callejeando por Atenas, nos llamó muy positivamente la atención la forma de conducir de los atenienses, que nos pareció mucho más humana y menos salvaje que la de sus vecinos Turcos y a años luz de la de los Kiriguises.


Ari, como a ella le gustaba que la llamaran vivía en la colina más elevada entorno a Atenas. La colina Licabeto, formada según la mitología cuando Atenea había dejado caer una fenomenal piedra destinada a la Acrópolis al ser acosada por un grupo de cuervos. Eran las 9:30 y Ari no respondía a los mensajes, así que fuimos a un bar para tomar café y hacer algo de tiempo.


Sobre las tres de la tarde recibimos un mensaje y fuimos al apartamento de nuestra anfitriona. Era una joven griega de 29 años, muy amable, que había pasado dos años y medio en Sudamérica y que podía hablar muy bien español, los griegos tienen una especial habilidad para nuestro idioma. Estudiante de ciencias políticas, era una víctima laboral más de la grave crisis que le había tocado vivir, desde el principio nos contó sus planes de hacer un máster en derechos humanos en algún lugar de Europa. Sobre todo tenía muchas ganas de dejar Grecia.


- Perdonad por escribiros tan tarde, ayer llegue a casa a las tantas de la madrugada.


- No, no Ari no te preocupes , hemos estado en un agradable bar tomando café.


- En Atenas no hay mucho donde trabajar, pero si muchos lugares para salir por la noche. Es una ciudad divertida, pero con poco futuro. Me gustaría probar a vivir en otro país europeo.


Ari era la típica chica joven a la que le encantaba ir de fiesta y no se levantaba durante el fin de semana antes de las dos de la tarde. Aquel día quería salir de fiesta de nuevo y por su puesto nos invitó a que la acompañáramos. Baje con ella para dar una pequeña vuelta por Atenas, Marleen se quedó en casa, estaba bastante cansada y Ari me llevó al barrio de la Exarchia donde ella iba normalmente de marcha. Recorrimos el barrio más alternativo de la ciudad lleno de arte callejero, preciosos grafitis, pero también de oscuras sombras, olor a orina, marihuana y cerveza.


Nos cruzamos muchos punkis, mendigos y adolescentes aparentemente de otros barrios mejores de la ciudad pero con ganas de vivir algo auténtico y alternativo. Pasamos por la universidad politécnica y me quedé sorprendido con su aspecto aspecto decadente. En ella, me dijo Ari, son los policías los proscritos. En 1973 fue el escenario de las revueltas estudiantiles contra el régimen de los Coroneles que se extendió rápidamente y que inició la caída de la dictadura militar más tarde. Grafitis, persianas y cristales rotos etc, permitían hacerse una idea de las ideas que se cocinaban en el interior de aquellas paredes. En el interior sin embargo reinaba la armonía, era domingo y a pesar de ellos muchos estudiantes estudiaban y trabajaban haciendo maquetas o dibujando en el interior en el edificio de Arquitectura. Me sorprendió que había carteles para aprender español por todas partes e incluso catalán.


Caminábamos y Ari me iba contando la historia de aquel barrio de izquierdas, en el empiezan y terminan casi todas las manifestaciones y también las revoluciones. Es el lugar donde se forjó la coalición de izquierdas de Alexis Tsipra. Las protestas, la ausencia de entidades bancarias, de cajeros automáticos, la universidad revolucionaria, y los mártires del barrio fallecidos durante las protestas. Yo no tenía muchas ganas de fiestas y pese a la insistencias de Ari para ir de bares y tomar una copa, me fui a dar un paseo a solas por la ciudad, decidí subir a la colina de Licabeto, desde la que Ari me había contado que se podían disfrutar las mejores vistas de la Acrópolis. Cuando llegué a la cima me maravillaron las vistas de las ruinas iluminadas de la acrópolis y el Partenón.


El día siguiente nos pasamos la tarde realizando los cambios necesarios en las bicis, el sillín, los pedales, los anclajes de las alforjas, todos ellos necesarios para que en adelante Marleen se hiciera cargo de mi bici y yo de la suya. No era una decisión por antojo, la habíamos tomado tras ocho radios rotos, un eje de la rueda trasera rajado, una pata de cabra fuera de juego y más de 25 pinchazos. Todo ello lo achacábamos al exceso de peso en mi bicicleta.


Bajamos con Ari a ver el carnaval de Atenas. Por el camino vimos bastante gente disfrazada. Piratas, duendes, fantasmas, etc. Ari no era una excepción, ella venía con un disfraz de tenderete de la ropa, de ella colgaban con pinzas calcetines, bragas y un sujetador. Su amiga, que nos encontramos de camino al carnaval iba disfrazada de lámpara y llevaba una bombilla en la cabeza. Alcanzamos una especie de procesión de disfrazados con una orquesta de trompetas y tambores que tocaban ritmos que invitaban a bailar. Nos unimos durante una hora a la procesión y acabamos dando saltos y bailando siguiendo la cofradía por las calles de Atenas.


Cuando la procesión acabó, Ari y su amiga se fueron a una zona de bares, donde codo con codo se bebía mucha cerveza y se gritaba en vez de hablar. La gente masificaba un pequeño cruce de calles, es la noche de Atenas, donde los bares que expenden sin límites bebidas alcohólicas al exterior. Nos fuimos a pasear por las calles de Atenas hasta la Acrópolis. Yo tenía una especie de deseo de verla diariamente mientras estuviéramos en la ciudad.


Al día siguiente salimos con las bicis hacia Panitha, un grupo de montañas al norte de Atenas en la que se encuentra una de las muchas zonas de escalada entorno a Atenas, donde pasamos dos días escalando y acampando a pie de las paredes.

El 14 de Febrero regresamos a Atenas para reunirnos con los padres de Marleen por segunda vez durante el viaje. Tras acomodar las bicis y las alforjas en el apartamento que habíamos alquilado durante una semana, nos fuimos a dar una vuelta paseando por Atenas hasta llegar al estadio Olímpico construido para los primeros juegos de nuestra era en 1896. Era una construcción de piedra gris impresionante, con una gran e inspiradora historia, que tan pronto como la vi me dio ganas de calzarme las zapatillas y salir a correr.



Recordé mi primera maratón en Sevilla hacía ya 16 años y la historia de la primera Maratón. El mito de aquel soldado griego llamado Filípides que murió tras correr a pie los 42 km entre la ciudad griega de Maratón y Atenas, distancia que recorrió con espada y escudo en mano, para anunciar la victoria de los griegos sobre los persas.


Cuando llegamos al apartamento, me puse las zapatillas y me fui a correr por las calles y parques de Atenas y así lo hice después todas las tardes de aquella semana. Corría hasta la colina mas alta de la ciudad el Licabeto, mi lugar favorito en la ciudad, desde donde se podían ver las ruinas acrópolis, el Partenón, el antiguo estado olímpico y el Puerto del Pireo al fondo en cuyas aguas se reflejaban al atardecer los últimos rayos de sol.


Durante los días siguientes nos dedicamos a visitar, monumentos, barrios y lugares pintorescos de la ciudad, visitamos maravilloso Museo Arqueológico nacional, volvimos a visitar la un universidad Politécnica que yo más bien llamaría anarquista, el mercado de la fruta, quesos y el pescado, el barrio de antiguedades en Psiri, un barrio que es cuna de una nueva efervescencia creativa y cultural de Atenas y al atardecer de cada día cuando los padres de Marleen se volvían al apartamento cansados, nosotros nos dedicábamos a vagabundear por la ciudad.




La gran visita que yo esperaba desde hacía tanto tiempo era la de las ruinas de la Acrópolis. Ver y poder tocar las columnas del Partenón y ver de cerca su arquitectura, la perfección de sus lineas y diseño me produjo una gran impresión, como probablemente le ocurría a todos los turistas que visitaban las ruinas en ese momento y a los que lo habían hecho antes a lo largo de la historia. El hecho de que hubiera muchos visitantes no privaba a la visita encanto, el Partenón tiene algo de divino y perfecto que te abstrae de los turistas. Pero toda esa perfección es sin embargo un engaño al ojo humano, un equilibrio simulado. El arquitecto elevó unos centímetros el entablamento para evitar el efecto de hundimiento, inclinó la perpendicular del edificio ligeramente hacia el interior, dispuso diferentes distancias entre las columnas, acható las cuatro columnas de las esquinas y ensanchó el fuste de las columnas por el centro. En resumen adaptó la arquitectura del majestuoso edificio a los errores del ojo humano. ¿Es esto perfección o imperfección?


Me sentí profundamente afortunado de poder estar allí, en uno de esos momentos en que se saborea el presente con intensidad, no importan el pasado o el futuro, es la sensación de plena conciencia, todo te emociona: los rostros del resto de turistas, cada piedra del monumento, las esculturas, las incripciones y su historia, todo cobra sentido unitario.


Tras la intensa visita tomamos un café junto al museo de la Acrópolis y apareció una niña de unos 12 años con un acordeón que tocaba prodigiosamente. No soy de esas personas que tiene por principio algo contra la mendicidad, siempre pienso que yo podría necesitar la caridad en algún momento de mi vida. Sobre todo teniendo estás ideas de abandonarlo todo para estar dos años viajando en bicicleta. Siempre me pregunto: como me sentiría en una situación de necesidad si nadie estuviera dispuesto a ayudarme. También le digo siempre a Marleen cuando vemos un músico tocando en la calle, que hay siempre unas monedas para la música. Pero dar dinero a los niños es otra cosa, lo llevo muy mal. Tras tocar una preciosa melodía le pregunté a la chiquilla de donde era, contestó Albania sonriendo. Le entregamos un par de euros y se marcho satisfecha. A nosotros nos dejó pensando, son muchas en Atenas las gentes pobres, refugiados, los mendigos y sus hijos.




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