Cicloturismo, escaladas y algo de política en Turquía.
“Las ideas que merecen la pena no se han de comprender sino de vivir”
Conde Harry Kessler 1896
Muchos meses después por fin llegábamos a Izmir en Turquía. Hacía seis meses que en el pequeño pueblo chino y montañoso de Shigu, en la provincia de Yunan, después de una semana escalando en sus paredes de roca caliza hasta agotar la piel de nuestros dedos, nos dirigimos al edificio de Correos China, llevando una gran caja de cartón de 10 kilos de peso. Había sido una decisión muy meditada: darnos en las paredes de aquel pueblecito chino un atracón de escalar para que la renuncia a la cuerda y los mosquetones fuera menos dolorosa.
Los empleados de la oficina no hablaban una sola palabra que no fuera el mandarín. No salían de su asombro al hacerles entender mediante innumerables gestos que queríamos mandar todo aquello a Izmir en Turquía. Trataron de convencernos, con la ayuda del traductor de sus teléfonos móviles, para regresar hacia el norte, a la oficina de correos de la ciudad más cercana en Lijiang. Al parecer no tenían permitido realizar envíos trasnacionales desde su pequeño pueblo en las montañas. Pero nosotros no estabamos dispuestos a remontar los más de 60 km de recorrido alpino a lo largo de la cabecera del valle del rio Yangze que habíamos bajado a toda pastilla, con algún que otro percance en la maltrecha carretera, hacía una semana. Todo ese recorrido de vuelta para hacer lo mismo que podíamos hacer allí, no tenía sentido, y nos hervía la sangre con aquella estúpida y típica regla de la burocracia china. Necesitábamos librarnos a toda costa del peso extra que suponía tener que cargar todo aquel material, para poder afrontar con solvencia las subidas de la meseta tibetana y las altas cordilleras del Kirguistán.
Casi arrastrándolo de su camisa hicimos salir a uno de los empleados de la oficina, el que más sonreía, y le mostramos nuestras bicis cargadas y apoyadas en la pared de su edificio. La imagen pareció convencerle y él mismo logró en pocos minutos que sus compañeros tramitaran el paquete. Los inconvenientes formales del extraño envio habían desaparecido y mandamos los sesenta metros de cuerda, los 13 mosquetones y las ganas de escalar, a casa de nuestros amigos escaladores turcos: Elif y Dorúk en Izmir. La escalada quedaba suspendida durante un buen número de meses. En nuestras mentes se cruzaban los sentimientos de tristeza y a la vez de alivio al poder desprendernos de tanto peso.
Una tarde de Febrero del año siguiente, a aquella mañana en las oficinas postales de Shigu, llegábamos a Izmir en Turquía con las piernas sobre musculadas y unos brazos delgados y enclenques. Nos habíamos machacado las piernas durante las últimas semanas, huyendo de la lluvia, la nieve y el crudo invierno del centro de la península de Anatolia y llegábamos a la agradable costa mediterránea turca. Esmirna en griego, Izmir en turco. La llamaran como la llamaran, era conocida popularmente como la perla del Egeo y después de haber sufrido tantas inclemencias y mal tiempo las semanas anteriores, su cielo azul y sus costas nos parecieron el verdadero paraíso.
Teníamos muchísimas ganas de escalar. Era demasiado tiempo el que habíamos estado separados de las rocas y las cuerdas y eso en cierto modo nos enojaba porque sabíamos que nos iba a costar mucho empezar a acariciar las rocas como antes. Nuestros anfitriones, depositarios de nuestro material durante los anteriores seis meses, como buenos fanáticos de la escalada, el alpinismo y las montañas, nos tenían a nuestra llegada un viaje de dos semanas perfectamente planeado. Dejaríamos nuestras bicicletas descansar en el balcón de su apartamento y nos llevarían en su Volkswagen blanco a escalar por diferentes áreas de roca al oeste de Turquía: Kaynaklar, Datçha y Geyikbayiri.
Dorúk era el típico escalador con unas férreas ideas éticas sobre la escalada, y por que no decirlo, también en general sobre la vida. Un tipo de treintaitantos, de ideas claras, poco flexible que amaba las montañas, la naturaleza, la vida y que no le temía a nada ni a nadie. Este peculiar carácter se reflejaba en sus aventuras montañeras, un estilo de escalada atrevida e intuitiva que le había granjeado cierta fama como escalador en Turquía. Especialmente había sido conocido en los círculos alpinos tras la subida en solitario de varias de las rutas más arriesgadas y duras del país otomano, las conocidas: Crossroads y Darbe (Golpe de Estado). Su cuerpo recordaba al tronco de un ancho olivo, recio y apretado, todo cubierto de un oscuro y grueso cabello negro. En la asignación divina de miembros corporales, a Dorúk le habían correspondido dos enormes manos con la fuerza de dos tenazas hidráulicas y era conocido con varios motes: entre los cuales el que mas le gustaba escuchar era simplemente “Hayvan”, literalmente: animal en turco. Desde sus primeros pasos como montañero en el club universitario de Estambul, había ido aprendiendo progresivamente las técnicas de la escalada clásica y artificial conforme las complejidades de las nuevas aventuras montañeras que iba afrontado requerían nuevas técnicas de progresión y aseguramiento más complejas.
También en su vida diaria como profesor de historia , reflejaba su carácter indomable y no se mordía la lengua manifestando sus ideas contra el sistema dictatorial que el presidente Erdogan había de manera progresiva instaurado en su país. Era esta, una idea que nos repetía diariamente al regresar de las clases. En el instituto recibía preguntas de sus alumnos sobre cuestiones religiosas, morales o políticas de candente actualidad en Turquía y él respondía sin pelos en la lengua desde su mentalidad liberal, republicana y secular, en un país en que se puede ir a la cárcel por estos motivos con facilidad. En realidad como nos contó la primera noche cuando llegamos a Izmir había visto a muchos amigos y compañeros perder sus trabajos e incluso ir a la cárcel por aquellas mismas críticas e ideas religiosas y políticas. Especialmente este estado de falta de libertades se había agravado tras el intento de derrocar a Erdogan en Julio de 2016.
Elif, su mujer era sin embargo una auténtica atleta femenina con un talento especial para la danza vertical, siempre estaba dispuesta a poner en su sitio y medirse con cualquier hombre que escalara a su lado. Ella también, como Doruk tenía un fuerte carácter, como demostraban sus ideas liberales y agnósticas a pesar de ser hija de un profesor de teología islámica y de una madre profundamente religiosa. Había crecido en una de las zonas más conservadoras y religiosas de Turquía, junto a las costas del Mar Negro. Su madre había tratado desde joven de ocultarle el cabello bajo un pañuelo, pero este solo había durado sobre su cabeza hasta doblar la primera esquina de su calle. Su amabilidad ofreciéndonos su casa, una ruta recorriendo Turquía para escalar, su compañía y sus conversaciones era incuestionable, pero yo tenía claro desde el principio que la convivencia durante casi un mes no iba a ser fácil.
Ambos eran dos fanáticos escaladores, que habíamos conocido hacía más de cuatro años cuando escalábamos en unas paredes en las montañas junto a la ciudad de Izmir, donde ambos tienen sus trabajos y apartamento. Nos hicimos una idea rápidamente de como había crecido su pasión por la escalada en los últimos años, cuando observamos que diariamente realizaban series programadas de suspensiones y dominadas apoyando los dedos sobre unos delgados listones construidos en los marcos de las puertas de su apartamento. Y esta idea la confirmamos cuando descubrimos en su apartamento con sorpresa una habitación convertida en un rocódromo y de la que colgaban los mas diversos artefactos para la escalada: mosquetones, aseguradores, piolets, crampones, tornillos de hielo, empotradores, bolts, clavos, plomos, uñas, matillos...
A pesar de nuestra pasión común por la escalada, la dramática situación social y política de Turquía, se convirtió en el tema estrella de conversación diario durante la cena. Pero en realidad las conversaciones sobre política no eran una novedad de nuestra estancia en Izmir. Este tema nos habían acompañado desde nuestra entrada en Turquía. Y lo cierto es que las opiniones que habíamos escuchado no solo habían sido siempre contrarias al régimen de Erdogan. Habíamos sido acogidos hospitalariamente tanto en casas de nacionalistas turcos, como ultra religiosos musulmanes, agnósticos, y partidarios a ultranza del actual presidente.
Dorúk nos confirmaba en nuestra primera cena, la idea de que en Izmir y toda la costa oeste de Turquía se concentran los ciudadanos pro-occidentales y seculares. Ciudades como Izmir eran gobernadas por el Partido Republicano del Pueblo, la oposición mas importante a Erdogan. La ciudad soporta una fuerte presión demográfica de ciudadanos de otras ciudades de Turquía como Estambul que acuden a vivir y trabajar a la perla del Egeo en busca de más libertad y menos Corán. Ahora se me representaba el pedalear hacía Izmir como una ruta hacía la actual ciudad turca de las libertades. Una huida de la conservadora meseta turca, que incluyendo la capital Ankara, me imaginaba como una extensa región en que se vive en un estado de guerra civil silenciosa, sin armas y no declarada oficialmente. Una guerra moral y religiosa en la que los agnósticos sufren una enorme presión social y gubernamental. Recordaba algunas frases y sucesos ocurrido en nuestro recorrido turco durante las semanas anteriores:
¡Qué me gustaría tener una novia extranjera, de mentalidad tan abierta como Marleen y vivir en un país de verdad democrático! , me había dicho Mustafá, un chico de 28 años trabajador en una gasolinera cerca de Chorum. Nos cedió su cama en la gasolinera.
Aquí no podemos hablar, ni protestar. ¿Tenemos familia sabes? Me dijo una doctora de familia en Fatsa, en la costa este del Mar Negro. Nos envitó a cenar las dos noches que pasamos en su ciudad.
Tu mujer, refiriéndose así a Marleen porque habíamos le mentido sobre nuestro estado civil, no debería sonreír tanto, hablar, ni saludar dando la mano a otros hombres, me había dicho Yusuf, un musulmán bastante religioso en un pueblo del interior de Anatolia, Afonkarahisar. Militar en excedencia y actual repartidor de botellas de butano. Nos dejó dormir en el restaurante de un amigo.
Pasamos un par de días en Izmir, hasta que nuestros amigos pudieron tomarse las dos semanas de vacaciones. Durante estos días mientras nuestros amigos trabajaban, Marleen y yo fuimos a escalar a Kaynaklar a tan solo 40 km de la capital. Era el pequeño área de escalada donde habíamos conocido a nuestros anfitriones hacía cuatro años. Salimos de Izmir tomando varios dolmus (los pequeños autobuses turcos), siguiendo una carretera secundaria que lleva hasta el pequeño poblado de Kaynaklar, un pueblo típicamente agrario, que en los últimos años ha vivido la revolución del fenómeno turco del Kavhalti: salir el fin de semana con el coche a desayunar a un restaurante de una zona rural entorno a la ciudad. Los restaurantes se habían multiplicado por decenas en los últimos años y como en todo buen negocio turco, jóvenes a sus puertas trataban de atraernos con sus gritos al interior de su establecimiento. Recuerdo perfectamente un chiquillo de unos doce años con ojos negros como aceitunas y el pelo tan negro como las alas de un mirlo, que nos gritó varias veces para que entráramos en el restaurante de su familia.
De la plaza principal del pueblo salía un sendero entre olivos y encinas que en pocos minutos de caminata nos condujo a los sectores de escalada. A los pies de sus casi 200 rutas se juntan los fines de semana bastantes escaladores y escaladoras turcas. Los practicantes de la escalada deportiva crecen exponencialmente en Turquía entre las clases mas abiertas y tolerantes del país. Aquel día coincidimos con bastantes escaladores turcos, siempre hospitalarios y con un gran sentido de comunidad montañera. Muchos de ellos estaban acampados en un área de acampada libre junto a las paredes, pero esta vez nosotros teníamos a nuestros amigos Dorúk y Elif que nos acogían en su casa.
Durante este par de días fuimos a escalar las líneas mas bellas de aquellas paredes calizas, enclavadas en un bosque de salvajes olivos y encinas. Yo nunca había visto olivos tan viejos, esbeltos y retorcidos como aquellos. Tan asilvestrados y abandonados a su libre albedrio, y cuyas aceitunas dieran un aceite de sabor tan fuerte y agradable como jamás había probado. Lo pude comprobar cuando regresamos de las paredes y paramos en uno de los bares del pueblo. Unos olivos en ese estado no se toleran en España, donde siempre se tienen las tierras roturadas, limpias y sus copas bien podadas. O lo haces así o te cuelgan el San Benito de tener el olivar abandonado.
Tras un par de días Dorúk y Elif tomaron un par de semanas de vacaciones, coincidiendo con el descanso de semestre del instituto y nos llevaron a Datcha. El lugar había sido descubierto para el mundo de la escalada deportiva hacía cuatro años por Olivier Nicolet. Un guia suizo que decidió establecerse en el lugar, fundar un refugio-camping para escaladores al maravillarse del poderoso potencial de escalada del lugar. Dorúk nuestro amigo era el culpable de que el suizo se hubiera asentado allí. Le había referido el lugar, que era en realidad el lugar de vacaciones de su infancia, a Oliver casualmente cuando ambos escalaban en la región turca de Antalya. Este se había pasado por allí y establecido su residencia en el lugar poco después. Al suizo le hicieron falta solo dos años y medio para llenar las paredes de los montes de la preciosa península de Datcha de chapas y tuercas. Pero las corruptelas burocráticas turcas y la deriva autoritaria del gobierno habían terminado por exasperar al suizo que había vendido hacia unos meses el refugio y regresado a Suiza.
La primera discusión con Dorúk fue a propósito de la ética de la escalada y ocurrió el día de nuestra llegada a Datcha. Fue exactamente a cuento del equipamiento de unas vías situadas a lo largo de unas grietas, que a su entender debían dejarse para la escalada en estilo limpio, ósea usar sólo métodos de autoprotección con friends, empotradores, etc. Estos son instrumentos de aseguramiento que se usan en técnicas en las que el escalador instala unos seguros que después deberá retirar. En este estilo de escalada nunca se dejan hierros en la pared, de donde deriva su nombre.
Nada de chapas y tornillos en esas rutas, por favor! decía en voz alta Dorúk mientras las escrutaba de arriba a bajo con disgusto. A su entender eran lugares naturales para el desarrollo de la escalada clásica y no debían ponerse a su entender paraboles (protecciones fijas) sobre ellas. Yo simplemente le contesté que pusiera sus cacharros y se olvidara de los paraboles, pero esto pareció mosquearle aún más.
Me explicaba con vehemencia que en realidad esas vías deberían des-equiparse, ósea desmontarse y por supuesto no debíamos hacerlas en estilo deportivo.
Tu país tiene muchos problemas básicos para que le des tanta importancia a esto amigo mío, le respondí, echando mas leña al fuego de su enojo.
Poco después tuvimos otro encontronazo con alguna vía que a su entender se encontraba sobre-equipada, poseía a su entender demasiados seguros. El se negaba a escalarlas y miraba con disgusto que nosotros lo hiciéramos.
Lo cierto es que llevado por la belleza de las rutas, la calidad de la roca y por que no decirlo cierto pique sano con esos dos grandes escaladores que nos acompañaban, tras tres días dándolo todo con mis brazos enclenques y delgados, me sobrevino una terrible bursitis. Después de tres días seguidos de escalada, en la punta del codo durante la tercera noche empezó a formarse un hinchazón que a la mañana siguiente había adquirido la forma una verdadera pelota de golf y a la que acompañaba bastante dolor. Marleen miraba con horror mi brazo deformado. Ella se había tomado la escalada con mucha calma y hubiera podido reprocharme que yo me hubiera lanzado a la roca haciendo rutas demasiado duras. Pero no lo hizo.
Tras pasar una semana en Daçha nos dirigimos con mi pelota de golf adosada al codo a Geikbeyri, una magnífica zona de escalada a escasos 20 km de la ciudad de Antalya. Era el tercer lugar de escalada de nuestro periplo por Turquía gracias a nuestros amigos. Nos alojamos en el campamento de escaladores Josito, fundado ya hacía 15 años por tres escaladores alemanes entusiasmados con el lugar: Jost, Siri and Tobi (Jo-si-to). Hay que reconocerles que ellos dieron el definitivo impulso a la zona para su internacionalización como lugar de práctica de la escalada deportiva.
Cuatro años antes, cuando estuvimos un par de días en el alojamiento, no nos sentimos del todo cómodos alojándonos en una especie de burbuja turística de escaladores europeos dentro de Turquía. Una gran mayoría de estos escaladores venidos de Europa tomaban un avión, después un taxi hasta Josito y apenas tenían mas contacto con turcos durante su semana escalando que el taxista que les hacía el desplazamiento al aeropuerto de Antalya. Todo esto había cambiado en los últimos años. Había nuevos negocios turcos y ahora la comunidad de escaladores otomanos en Josito y en todo Geikbeyri era mayoritaria. La proporción de escaladores extranjeros era todavía considerable, pero muy disminuida en proporción a la de los turcos. La popularización de la escalada entre los turcos y el derrumbe del turismo europeo por la política autoritaria y euro-hostil de Erdogan eran los dos factores que habían cambiado el perfil de los clientes del camping. Los turcos de haber sido algo así como clientes de segunda en tiempos pasados, habían pasado a ser de primera clase y muy importantes para la economía de la zona. No puedo ocultar que esto nos alegró bastante.
Desde el primer día Dorúk y Elfi se alojaron en una pequeña cabaña de Josito, mientras nosotros pinchamos la tienda entre otras muchas que llenaban el campamento de colores. Exactamente montamos nuestro hogar entre Jack el carpintero australiano, Jenny la canadiense con crisis de identidad, el grupo de músicos polacos y Ferat el ciclista y escalador turco, con el que sentíamos que teníamos tanto, tanto en común.
¡Cuanto había cambiado el ambiente en Turquía en estos últimos años!, me comentaba Ferat durante la segunda noche en Josito. El dedicaba todas las mañanas a mandar sus currículums de informático a empresas de toda Europa y hacer entrevistas “online” para poder salir de Turquía cuanto antes y con suerte hacerse ciudadano nacionalizándose en algún país europeo. Quizás Holanda que parece el más fácil, decía siempre Ferat.
Yo sin embargo trataba de convencerle de que Turquía necesitaba que la gente como él, formada y de ideas demócratas, debían quedarse. Que flaco favor les hacían a su nación si todos se marchaban y se nacionalizaban holandés o belgas o lo que fuera. Poco después me cuestioné con que derecho y sentido le incitaba a quedarse en un país con tantísimos problemas y falta de libertades.
Ferat era un turco al que le gustaba viajar en bicicleta. Simplemente planear un viaje le daba ya desde meses antes, el oxígeno y la libertad que a menudo le faltaban en Estambul, y emocionado empezó a contarme algunas alucinantes anécdotas de su último viaje hasta Bishkek en el Kirguistán, a través de Irán, el país que más le había gustado. Al parecer no le habían dejado entrar en Turkmenistán, allí en la frontera miraron su pasaporte turco y le dijeron: turcos no entran, viéndose obligado a dar la vuelta y a entrar en Irán a través de la hostil Armenia, donde odian a los turcos como los turcos odian a los armenios.
¿Por qué os odiáis armenios y turcos? le pregunté, y me respondió: pues por lo mismo que muchos países odian a sus vecinos. Tuvimos una persecución étnica conocida como el Genocidio Armenio a principios del siglo XX que no se olvida. Y si a los humanos nos cuesta tanto olvidar como pedir perdón y reconocer nuestro errores pasados, a los países y a los pueblos aún más.
En su recorrido por Armenia, donde los turcos no son populares por razón de memoria histórica, los conductores asombrados al ver un ciclista de alforjas, frenaban en paralelo a su lado mientras pedaleaba y le preguntaban su lugar de origen, al decir Turquía muchos subían las ventanillas y acababan de golpe la conversación con un acelerón de gas. Sin embargo me contó también entrañables anécdotas cuando fue acogido en casas de familias armenias que obviaron el hecho de que fuera turco.
También me contó que había coincidido algunos días pedaleando por Azerbaiyán a un Kazako que viajaba en peregrinación a la Meca sobre un camello. Camello y pelegrino dormían siempre juntos. El pelegrino extendía una alfombra sobre el suelo que hacia las veces de cama por la noche y de mezquita durante sus rezos diurnos, cinco veces al día. Una noche fría decidieron Ferat y el peregrino refugiarse a techo cubierto, pero su acompañante tuvo al final que desenroscar la alfombra al raso junto a su camello, ante sus penosos llantos y rebuznos, al verse solo y abandonado.
Entre brindis de raki y algún que otro vocerío, Ferat me hizo prometerle que yo escribiría en nuestro blog, sobre la importante cuestión que a continuación deseaba contarme. Pero me hizo prometerle que solo lo hiciera, una vez que Marleen y yo hubiéramos cruzado las fronteras turcas y estuviéramos a salvo en Europa. Además debería cambiar su nombre hasta que él saliera del país y el de cualquier otra persona turca que en el blog apareciera citada. Nuestros amigos debían conocer la realidad de un País cuya forma de gobierno se convertía en una dictadura islámica y sacó un papel arrugado de su bolsillo, que no era más que la portada de la revista The Economist, cuyo titular coincidía con su frase.
Rápidamente escuchando su narración me di cuenta que Ferat tenía una capacidad de análisis similar a la de un forense utilizando el bisturí. El cadáver era en este caso su país, en un claro proceso de decadencia de libertades y en el camino más directo hacía un desastre social: una posible guerra civil. Este era el motivo de quisiera salir a todo trapo de Turquía y nacionalizarse en cualquier país europeo.
Turquía esta tan dividida que los turcos de manera creciente nos miramos con desconfianza unos a otros, nadie confía en nadie. Incluso dentro de las familias. El culpable de esto es: Recep Tayyip Erdogan.
¡ Mira Sera! Aquí en Turquía hay muchas personas, aproximadamente la mitad de la población que son agnósticas.No quieren saber nada de religión. No son musulmanas y no están dispuestas a dejarse someter a las crecientes presiones gubernamentales religiosas y morales. El gobierno actual alcanzó el poder gracias a un 34 por ciento de la población que profesa profesa la religión musulmana y son en su mayoría practicantes. Es de corte islamista desarrolla políticas pro-islámicas, anti-seculares y de acoso constante al pueblo curdo, a los periodistas críticos y a los adversarios políticos.
En la región junto al mar mediterráneo, Izmir y otras ciudades, como aquí en Antalya, predominan los ciudadanos turcos seculares, gentes a los que no les gusta la religión y en especial la rigidez del islam. Estas familias no desean someterse a la religión y moral islámica y viven conforme a un estilo de vida secular europeo. Leemos, vemos películas y en general somos seguidores de las artes y la cultura europea, pero debemos soportar leyes como la de no poder servir alcohol en un bar o restaurante a menos de 100 metros de una mezquita, o que se fomente el matrimonio de mujeres menores de edad y forzado.
Erdogan ha radicalizado la sociedad Turca. En los últimos años ha crecido el número de los musulmanes que van a rezar a la mezquita cinco veces al día. Creen en la estricta separación de las tareas propias entre hombres y mujeres. El papel circunscrito al hogar y tributario del hombre del miembro débil de la sociedad: la mujer. Ella debe tener menos derechos que el varón porque es débil y menos capaz. El deber de la mujer es cubrirse el pelo cuando sale a la calle. Debe quedarse en casa todo lo posible, no debe reírse, mirar o tocar a otro hombre que no sea su marido o su padre y debe callar y aceptar las decisiones sin rechistar de su esposo.
En el otro lado de la sociedad turca están las mujeres de mentalidad secular y liberal. Estas mujeres son, visten y trabajan como las europeas. La población turca vive dividida en dos en un peligro constante de guerra civil como se reflejó en el intento de golpe de estado de Julio de 2016. El gobierno actual de Erdogan ganó las elecciones con demagogia, populismo y mentiras como lo hizo Trump. Le prometió a las clases mas pobres que acabaría con la corrupción, con la delincuencia, crearía puestos de trabajo, reparto de la riqueza y limpiaría la sociedad con una moral limpia y los preceptos coránicos.
Erdogan ha construido mas de 10.000 mezquitas en los últimos 10 años. Incluso en restaurantes y gasolineras situados en medio de las carreteras secundarias se levanta una mezquita: ¡Es simplemente horroroso! Se espera de los conductores, que al llegar la hora de la llamada al rezo, cinco veces al día, se paren puntualmente y cumplan sus deberes religiosos. En cierto modo tiene a la mitad de la población enfrentada a la otra mitad y lógicamente muchos desean huir como yo.
Antes de Erdogan el poder lo tenían sin embargo los no musulmanes, los republicanos, eran los tiempos en que se hablaba de ingresar a Turquía en la Unión Europea. Todavía este sector no religioso conserva ciertos puestos de importancia, pero cada vez menos y que Erdogan trata arrebatarles.
Turquía con Erdogan se convierte en una dictadura cada día. Utiliza el pretexto de la lucha contra el terrorismo para anular a los adversarios políticos, el periodismo crítico y controlar Internet. Wikipedia por ejemplo ha sido censurada. La cultura es el mayor enemigo de los tiranos.
Todavía no ha habido enfrentamiento armado porque la gente tiene aún que comer y todavía no hemos entrado en la profunda crisis económica que tarde o temprano llegará. La receta económica de Erdogan se fundamenta en el sector de la construcción: viviendas, edificios, carreteras y otras obras públicas. Las políticas de Erdogan están teniendo consecuencias en el importante sector turístico y también para el medio ambiente. La construcción y la corrupción que esta conlleva no tiene límites.
Aquí la gente ya no se atreve a luchar por las cosas que realmente importan, hay mucho miedo: la merma progresiva de los derechos y las libertades, la desigualdad del hombre y la mujer en muchas zonas del país consideradas ciudadanas de segunda clase, la corrupción, el control de internet, la falta de libertad religiosa, la falta de libertad de los periodistas y los medios de información y la persecución de opositores políticos. Los turcos perdemos el tiempo en discusiones absurdas, divididos muchas veces por minucias, nadie se fía de nadie y no vemos un futuro. Ferat se fue a su tienda con lágrimas en los ojos.
Geikbeirik esta lleno de roca caliza por todas partes, chorreras, desplomes y vías verticales. Todos los sectores de escalada son de cómodo acceso y cercanos unos de otros. Las paredes se orientan en su mayoría al sol y si llueve hay sectores en los que se puede escalar refugiado en sus desplomes. No se necesita un vehículo para llegar a las paredes. Es un sueño para el escalador deportivo en invierno.
El tercer día después de estar escalando hasta la caída de la oscuridad, todavía con mi pequeña pelota de golf en l codo izquierdo, Dorúk me comentó la posibilidad de asistir a una reunión secreta de un grupo de amigos con los estrictos ideales éticos sobre la escalada que él mismo.
Era un grupo de 13 escaladores de muy diferente perfil, edades y aspecto, todos turcos. Ninguno de ellos era musulmán. La reunión se celebraba en una pequeña cabaña de madera cerca de Geikbeirik, que era el hogar de uno de ellos. Sobre la mesa algunos platos tradicionales turcos: sopa de lentejas, pide y tahin. Para beber: cerveza Efes y raki. El raki turco es una especie de anís del que existen decenas de variedades en Turquía. Las discusiones se elevaban de tono conforme el raki de las botellas disminuía. Destacaba en las discusiones entre los contertulios un tipo bajito, de pequeñas proporciones pero cuyas opiniones parecían tener bastante valor para el resto de escaladores. Dorúk me aclaró que se trataba de uno de los mejores alpinistas turcos, con ocho ochomiles en su currículum y una conocida costumbre que asombraba a los sherpas y a sus propios compañeros: Fumar tranquilamente sentado en la cima de todas las cumbres que había conquistado. El tipo bajito no se quitó el gorro de lana, ni su plumífero North Face en toda la noche a pesar del calor de la chimenea y la acalorada discusión. La mayoría de ellos se consideraban más alpinistas que escaladores en deportiva, pero les gustaba escalar en las paredes equipadas en estilo deportivo de Geikbeyri por que era una buena forma de entrenar para sus aventuras alpinas en Turquía, Pakistán, Patagonia o el Himalaya.
Dorúk me iba traduciendo los temas que salían a debate que no dejaban de ser parecidos a los que yo había escuchado y leído sobre otros lugares en Europa y Estados unidos. Son siempre las mismas discusiones entre escaladores mas o menos puristas: Las grietas asegurables no se equipan, no paraba de repetir un chico con la cabeza rapada. La roca no se talla, no se deben pegar cantos, ni meter el taladro fabricando agujeros, eran otros de los temas de discusión. Pero al parecer el principal motivo de disgusto del grupo que se hacían llamar black geko estribaba en el sobreequipamiento que se estaba produciendo en Turquía y algunos del grupo querían dar un golpe de efecto, una llamada de atención a los equipadores de rutas, especialmente a los extranjeros.
La voz mas discordante con la mayoría del grupo era la de un chico calvo con gafas de pasta que venía a decir que era mejor no crear un conflicto con la gente de la deportiva, y que algunas de las rutas que se estaban comentando las había equipado un tal Irham que era un escalador muy querido en Turquía. No me puedo imaginar que pasaría si retiramos los paraboles de ellas, sería la guerra.
Sus comentarios recibieron bastantes críticas de una mayoría del grupo, cada vez mas encendido por el raki. Un tipo de pelo rizado y largo al que faltaba el dedo índice, se levantó y le dijo: La vida es problemas, la muerte no lo es. Las ideas están para vivirlas, para empaparse en ellas, si no, nos morimos lentamente.
Un par de días mas tarde aparecieron varias decenas de paraboles colgados de la cancela de Josito. Nosotros seguimos escalando con nuestros amigos al margen de estas polémicas que armaron un gran revuelo.
Pasada una semana regresamos a Izmir y nos despedimos con largos abrazos de nuestros amigos. Después de tres semanas de escalada nos volvíamos a ver pedaleando por una carretera segundaria en dirección Çesme donde tomaríamos el ferry a Chios (Grecia).
Pero esa noche tampoco dormiríamos en la tienda porque a través de Warmshowers Marleen había contactado con una familia turca aficionada a la bicicleta que nos invitaba a pasar la noche en su casa. ¡Siempre me sorprende la confianza que la gente deposita en dos ciclistas desconocidos que viajan con alforjas!