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Ser feliz en el desierto.


8 Noviembre

¡Estamos bien! Atravesamos desde hace algunos días el desierto Uzbeco en dirección el Mar Caspio. Una zona de temperaturas extremas, cuyas oscilaciones se han acentuado especialmente después del desastre ecológico de la desecación del Mar de Aral. Por las noches se congelan los bidones de agua , durante el día cae un sol de fuego y debemos embadurnarnos con crema protectora.


Recorremos un desierto en toda regla a través de una maltrecha carretera que recorre un horizonte de arena, estériles llanos o áridos peñascales. No hay casas, ni personas, ni agua en cientos de kilómetros.


Una llanura llena de plantas de color ocre, aparentemente yerma en la que sin embargo con una abundante fauna: aves, grandes rapaces, dromedarios, roedores y zorros, decenas de zorros que junto sus cachorros que nos observan con curiosidad.


No hay obviamente hoteles, hostales o moteles o tiendas, no hay nada, solo algún coche lleno de personas en su interior y mercancías en su techo. Pitan y saludan con entusiasmo, aunque no comprendan que hacemos aquí. Acampamos. Al caer el sol en el horizonte, parece que se abran las puertas que traen los vientos del polo norte, los primeros minutos en el interior de la tienda trascurren dando tiritones, hasta que las plumas de los sacos se calientan. Los pies necesitan muchos minutos más.



Por la mañana la tienda amanece con una capa de escarcha que se encargan de deshacer los rayos del sol del amanecer. Es en estas duras condiciones es cuando apreciamos las pequeñas cositas que otrora carecían de importancia y que hoy nos hacen muy felices. Bendito café o cereales bañados en leche en polvo con agua caliente. ¡Que nos alegramos de tener la pequeña cocinilla de gasolina!

¡Qué apreciamos los pequeños rayos de sol que se filtraban esta mañana entre las nubes calentando nuestros cuerpos¡ O la música del grupo de pequeñas aves verdes y amarillas que pasan cantando repetidamente sobre nuestras cabezas.

Una masa maciza de nubes se acerca desde el Noreste. De ellas cuelga un amenazante velo grisáceo, debemos recoger a toda prisa, antes de que nos alcance la lluvia. Durante estos días de desierto, hacemos intensas jornadas de pedaleo de unos 120 km diarios, tratando de dejar atrás cuanto antes el frio y el mal tiempo.


Hoy hemos llegado a un oasis humano de hospitalidad. Un verdadero oasis en un desierto sin palmeras. Es en realidad un restaurante fronterizo con comida caliente, calefacción e internet para mandar noticias a nuestras familias y amigos: ¡Estamos vivos!, ¡Todo va bien! ¡Perdonad por todos estos días desaparecidos!


Se ubica justo antes de la frontera entre Uzbequistan y Kazajistan en medio del desierto estepario. Su gerente Farben, un chico uzbeco con gafas de pasta negra y cara de estudiante de psicología madrileño. Es un joven al que le encantaría viajar en bici en el futuro. Nos ha invitado a alojarnos gratis por ser miembros de la página web warmshowers.com y en definitiva por que le gustan los ciclistas y viajar. Sueña con emprender un viaje como el nuestro, aunque sus padres se oponen. Y aqui el peso de la familia cuenta mucho. Tanto que en realidad la mayoria de los matrimonios de este país se deciden por las familias, o mejor dicho por los padres (masculinos). No podemos rechazar la oferta aun habiendo hecho hoy tan solo 70 km. Una pequeña y bendita pausa antes de lanzarnos a recorrer los últimos 550 kms hasta el Mar Caspio, donde tomaremos un barco contenedor hasta Azerbajian.


Mañana es día de cruzar fronteras entre Uzbequistan y Kazajistan, día de templar nervios y paciencia. En las fronteras terrestres, uno se enfrenta a la realidad nuclear de un país. Cuanto menos libertades, y más tirano, más complejos y farragosos son los tramites de entrada.


Gracias por leernos y seguirnos!




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