Viviendo dos semanas en Biskek (Kirguistán). La primera semana.
Llegamos a Biskek el cuatro de septiembre con la clara idea de sedentarizarnos durante un par Llegada 4 sep de semanas. Teníamos ganas de establecernos algunos días en una ciudad, ganas de olvidarnos de montar y desmontar la tienda de campaña, de dejar de soplar las esterillas al anochecer y enrollarlas extrayendo cuidadosamente el aire al amanecer, de dejar de vaciar cada día las alforjas para después volver a ordenarlas de nuevo. Estos días sedentarios nos vendrían muy bien para gestionar tranquilamente el visado de Uzbekistán, descansar el cuerpo y ejercitar la mente estudiando algo de ruso, que es la lengua que se habla en buena parte de los paises que debemos atravesar en nuestra ruta hacia Europa: Kirguistán, Kazahastan, Uzbequistan, Georgia y Azerbaian.
Marleen y yo llevábamos bastante tiempo pensando en pararnos durante algún tiempo en un lugar agradable y echar algo de raíces o al menos algunos brotes. Tiendo a pensar que los largos viajes son una vuelta a una especie de primitivo nomadismo. El viajero de largo recorrido traslada su hogar permanentemente en una mochila o en las alforjas de la bici, rompiendo con una de las principales ataduras de la civilización: el asentamiento en un hogar fijo.
El trece de Enero de 2017, supuso para nosotros una súbita desconexión con la vida sedentaria de Zúrich y en cierto modo una liberación con factores muy positivos. La ruptura de rutinas, la liberación de cargas, un cierto nuevo despertar mental, el aumento de conocimientos en muchas dimensiones, poder resetear malos aspectos, disfrutar de toneladas de diversión, la posibilidad de redefinirnos personalmente, aumentar los contactos, apreciar nuevos valores y cuestionar muchos que dábamos por asentados... Pero al mismo no podemos ocultar que tras los primeros meses, nuestros subconscientes se fueron dando cuenta de que el estado itinerante era para largo y surgieron los primeros sentimientos de añoranza de la familia, de los amigos y de la necesidad de puro asentamiento.
La añoranza de establecerse en un lugar con cierta permanencia la hemos observado no solo en nosotros mismos, sino también en otros viajeros con los que hemos coincidido durante el camino. Sara la chica danesa que llevaba viajando mas de un año en bici y con la que pedaleamos una semana sobre la meseta tibetana, nos contaba lo difícil que le resultaba salir y dejar una ciudad tras el tercer día de estancia. Me parece claro que durante esta vida del viajar constante es necesario hacer periódicas pausas de cierta duración. Asentarse algunos dias en un mismo lugar, es una especie de forma de descansar la mente tras muchas semanas en las que solo ocasionalmente se repite una cama o un mismo lugar de acampada. A diferencia del hombre primitivo del paleolítico, que al no conocer la agricultura, ni la ganadería no conocía tampoco la necesidad del asentamiento, que debía moverse permanentemente en busca de nuevas zonas de caza o de recolección de frutos, la itinerancia constante genera en nosotros, seres humanos de la era urbana desubicación y desasosiego. La civilización ha desprogramado nuestro cerebro, originalmente instruido para vagar por el planeta tierra en busca de alimentos, y tememos tanto abandonar el hogar, como lo acabamos añorando irremediablemente cuando nos falta.
“Me gustaría emplear toda mi vida en viajar, si alguien me pudiera prestar una segunda para pasarla en casa”, dijo el escritor inglés William Hazlitt.
Biskek parecía la ciudad perfecta para nuestros planes. Esta situada en un bello paraje, una llanura a los pies de las montañas Ala Too, parte de la gran cordillera Tien Shan. Desde toda la ciudad pueden verse sus picos nevados durante todo el año. Aunque apenas llega al millón de habitantes, por ser capital es cosmopolita y ofrece una gran variedad de servicios y entretenimientos.
Los primeros días nos alojamos en el Nomads guesthouse un lugar sencillo y económico que dispone de un jardín lleno de rosas rojas y blancas, alrededor del cual se ubican diversas pequeñas habitaciones destinadas a alojar viajeros. En el centro incluso hay una yurta y un porche con confortables y tradicionales alfombras y cojines kirguises. En la casa principal vive una familia extensa típicamente Kirguís, arrebujándose varias generaciones bajo el mismo techo. Una amable joven madre de la generación intermedia llamada Vanisa, es la encargada del albergue. El resto de sus miembros sin embargo parecen despreciar a los viajeros, evitan el saludo y apenas si hablan con los alojados.
Aunque el alojamiento no era del todo desagradable tras unos días y dada la larga estancia que habíamos planeado en Biskek, nos fuimos a un pequeñísimo apartamento buscando algo más de independencia. El nuevo apartamento estaba mejor situado en la ciudad. Eran en realidad las oficinas de una academia de idiomas (inglés y ruso) transformadas en un pequeño piso, en la parte trasera del edificio de la propia escuela.
La primera impresión no fue demasiado buena. Debíamos entrar por la parte trasera, a través de un solar lleno de maleza en el que la gente arrojaba ocasionalmente basuras y chatarra, y era aprovechado por los viandantes por las noches en la oscuridad para orinar y defecar. Por lo demás pasados un par de días estabamos encantados con nuestro nuevo alojamiento.
Desde que entramos a preguntar en la academia Callan por un curso de ruso, las atenciones de Savira, la directora fueron exquisitas. Biskek es un lugar perfecto para aprender la lengua cirílica. Es el idioma que utilizan sus ciudadanos en detrimento del Kirguís, una lengua túrquica que es mayoritaria más allá de los barrios periféricos de la capital, en el campo. De hecho Biskek es una ciudad muy apreciada por los estudiantes de ruso por ser muy economía y tener una variada oferta de cursos.
Durante nuestro primer día pedaleando por la ciudad, el 6 de Septiembre de camino a la 5 sep embajada de Uzbequistan, eran muchísimas cosas las que nos iban llamando la atención: el aspecto multiétnico de los ciudadanos, la arquitectura soviética, las iglesias ortodoxas, las mezquitas estambulescas, los policías de desproporcionadas gorras, la forma agresiva de conducir... pero quizás por afinidad, algo que nos llamó muchísimo la atención fueron nuestros camaradas los ciclistas urbanos. Muchos de ellos tenían en un estilo común que parecía inspirado en la conocida película apocalíptica Mad Max. Un estilo que me pareció desde el principio muy adecuado para una ciudad en la que pedalear es todo un ejercicio de supervivencia. Sumergidos en la maraña de tráfico de Biskek nos dimos cuenta de que la circulación sobre el asfalto era terrible y casi un suicidio. El uso del claxon como castigo esta insoportablemente extendido y la conducción es tan visceral que algunos conductores instalan además de cláxones más potentes, micrófonos con los que poder increpar a gritos al resto de conductores. Estos ciclistas madmaxianos, una verdadera tribu urbana, pedalean indiferentemente sobre el asfalto o las aceras, sin que esto parezca estorbar a nadie. Montan bicicletas ochenteras llenas de pegatinas, que me gusta imaginar son medallas al valor y visten media etiqueta ciclista: mallot multicolor combinado con pantalones largos generalmente de camuflaje, casco y gafas de sol. En las bicis siempre hay un trasportín, grandes focos y diferentes pequeñas bolsas de herramientas o para el transporte de pequeños artefactos.
Las visitas a la alejada embajada Uzbeka fueron muchas, tantas como lo fueron los requerimientos de sus funcionarios, de añejos resabios autoritarios propios de la era soviética. Fuimos a la embajada cuatro veces en cuatro diferentes dias, el primero de ellos estaba cerrada por la visita del presidente de Uzbequistan. Las calles estaban llenas de policías con gorras como sombrillas, agitando frenéticamente sus brazos tratando de mantener la fluidez del tráfico. El segundo dia éramos unas veinte personas las que nos amontonábamos en el soleado patio 7 septiembre de la caótica embajada uzbeca. El sol achicharraba. Kirguises y uzbecos aguardaban para realizar gestiones consulares, formando una confusa cola de la que también formaban parte desnortados turistas occidentales. Nadie sabía cual era el orden de entrada a través de una puerta siempre cerrada, que desde el patio daba a una pequeña habitación con aire acondicionado, en la que se ubicaba una pequeña ventanilla por la que se hacían las gestiones con los dos funcionarios.
Cuando la puerta de la habitación se abría para que el último atendido pudiera salir, todos tratábamos de empujar y forzar la entrada en la pequeña habitación climatizada. Una vez dentro, diez o doce personas agradecidas por el fresquito, éramos pocos minutos después expulsadas por los funcionarios consulares y solo quedaba una dentro. De nuevo nos achicharrábamos en el patio.
Este proceso se repetía regularmente y entre tanto los occidentales charlábamos unos con otros bajo las miradas atentas de mujeres kiriguises y uzbecas con sus trajes tradicionales, sus pañuelos en las cabezas y sus varones junto a ellas. Nos encontramos con dos catalanes que habían llegado a Bishkek desde España en coche. A una pareja inglesa que viajaba en bici desde Nueva Zelanda a Inglaterra. Y al profesor de matemáticas francés: Florent, que había invertido todo su tiempo y dinero en una pagina web con videos en los que el mismo daba clases de matemáticas y con cuya publicidad conseguía financiar su vida itinerante alrededor del mundo en bicicleta desde hacía un par de años. Los gritos de los funcionarios volvían a expulsarnos por tercera vez al soleado patio, mientras hablábamos eufóricamente de nuestros viajes.
Finalmente tras varias expulsiones, estirando el brazo derecho en el momento oportuno con los pasaportes y el resto de documentación, esquivando algunos hombros e introduciéndolos casi por la fuerza dentro de la ventanilla, por fin nos llegó el turno:
La funcionaria recogió nuestra solicitud, las fotos y las copias de los pasaportes y preguntó inquisitiva:
- ¿No tienen carta de invitación?
- Uhmmm...No, No…
contestamos ambos.
- ¿No?, entonces llamen la semana que viene al número de teléfono escrito en la puerta.
Bye, bye! Siguiente!.
Dijo autoritariamente la funcionaria.
Después de ver el mal ambiente y el caótico funcionamiento de la embajada, nos fuimos con muchas dudas respecto a la concesión del visado. Esta inseguridad era una cosa que no nos hubiera importado demasiado, si no fuera por la necesidad de estar en Uzbekistán en la fecha en que habíamos acordado reunirnos con los padres de Marleen. Abandonamos la embajada, despidiéndonos de la gente que aún esperaba para entrar en la habitación con la ventanilla y de dos japonesas que discutían con la funcionaria a trevés del telefonillo exterior, para que les abrieran la puerta de acceso al patio, cuando la embajada estaba apunto de cerrar.
Durante estos trayectos tuvimos la oportunidad de conocer y enfrentarnos al tráfico salvaje de la ciudad. Las calles de Biskek son un campo de batalla donde la norma que se impone es la tiranía del vehículo más grande. Las marshrutka eran nuestros peores enemigos. Son los minibuses de transporte público, todos ellos Mercedes Benz modelo Sprinter importadas usadas de Alemania, como el 95 por ciento de vehículos sobre el asfalto en Kirguistán. Las marshrutka nos tenían abiertamente declarada la guerra. Frecuentemente trataban de abatirnos cambiando de carril sin previo aviso. También solían aproximarse sorpresivamente a las aceras para recoger a sus aliados, los viajeros que se amontonaban en las paradas. En otras ocasiones trataban de derribarnos abriendo sus puertas laterales violentamente sobre los mismos carriles de circulación, sin siquiera acercarse a las aceras. De manera espontanea las marshrutkas vomitaban gente de su interior, con la clara intención de abatirnos. Durante una de estas refriegas, debíamos tener mal aspecto, porque acudió un camarada ciclista local de estética madmaxiana con los incondicionales pantalones de camuflaje, preguntándonos si necesitábamos ayuda. Se presentó con un cordial saludo propio de las batallas del medievo: ¡Fuerza y honor! y nos explico que en Biskek solo dos calles de la ciudad poseen carril bici, que estan señalizados mediante dos líneas amarillas, casi siempre ocultas bajo coches aparcados.
Biskek es una ciudad joven comparada con los más de 3000 años de la segunda ciudad en importancia de Kirguistán: Osh, o con histórica Taraz, estratégicamente situada en la ruta de la Seda. Su juventud se observa en el trazado lógico de sus grandes calles y bulevares, en la abundancia de parques y en la juventud de sus modernos edificios “históricos”. Fue fundada en 1825 por Uzbecos y arrebatada poco después por los colonizadores rusos en 1876, de ahí que sus mayores atractivos sean sus vestigios de la era comunista.
Por las tardes solíamos recorrer la ciudad andando con nuestras cámaras fotográficas por el centro de la ciudad. Nos asombraba su aspecto típicamente post soviético, esos colosales edificios comunistas cubiertos de placas de mármol y coronados todavía sin pudor con hoces y martillos. Esta estética trasnochada nos cautivó desde el principio. Buscábamos entre los numerosos bulevares, parques y jardines las estatuas colosales y los bustos de personajes de la época comunista. En especial la estatua de Lenin se convirtió en nuestro objeto más preciado de búsqueda. Tras un par de horas dando vueltas la encontramos. Habia sido trasladada y escondida detrás de uno de los edificios ministeriales. También la chatarra bélica de tiempos de la guerra fría encuentra en Biskek un lugar para ser y estar. Doblando una esquina desde la calle Samorov y el Bulevar Chuy nos sobrecogió un avión supersónico MiG-27 congelado frente al edificio del Ministerio de Defensa. Con esta colección de estampas no podía dejar de pensar en mi infancia y juventud, cuando en las noticias y los periódicos eran portada la guerra fria, el telón de acero, la KGB, los Spuknik y el muro de Berlín.
En la tele se veía con entusiasmo películas como el Doctor Zivago, Octubre rojo o El cuarto protocolo… Después llegó Gorvachov con su perestroika, cayó el muro y vimos películas como la entrañable Bye Bye Lenin.
Es un hecho que en la capital predomina lo soviético sobre lo realmente Kirguís. El “ak kalpak“ ese sombrero tradicional campanoide, para mi un intento de reproducir el perfil de las montañas Kirguises, no forma parte como en los pueblos del paisaje urbano.
Los rusos, alemanes y otros ciudadanos del este europeo, que eran habituales de la ciudad hace pocos años, no superan actualmente mas del 10 % de sus habitantes. Regresaron a sus paises tras el derrumbamiento de la URSS. A pesar de ello la ciudad mantiene este aspecto anacrónico por que el resto de ciudadanos de etnia kirguís han adoptado como propias no solo la lengua eslava sino también buena parte de sus costumbres y estilo de vida.
Mientras en el mundo rural crece el islam, la capital permanece rusificada pudiéndose observar una brecha entre dos mundos radicalmente diferentes. No obstante en algunas partes de la ciudad pudimos ver cómo el aspecto urbano islámico llega a aventajar al soviético. Mezquitas, tiendas halal, largas túnicas, gorros y barbas árabicos dan a algunos barrios de Biskek el aspecto de una especie de Estambul de la era postsoviética.
En la ciudad se alternan los restaurantes con los puestos de comida callejera, los supermercados de estándares europeos con mercadillos callejeros, calles enteras convertidas en un zoco donde no paran de oirse los griteríos de vendedores ambulantes ofreciendo frutas, vegetales, ensaladas, frutos secos, calcetines, calzoncillos, zapatillas, fundas de móviles, bisutería, auriculares...expuestos en los maleteros de los coches, sobre cajas de cartón o puestos ordinarios ambulantes. Los precios son dispares, los productos locales y artesanales como la miel pueden resultar asombrosamente económicos, unos dos euros el kilo, mientras los importados como el aceite de oliva made in Spain tan escandalosamente caro como a veinte euros un litro. Existe también un gran Bazar al oeste de la ciudad, abarrotado de compradores y vendedores con gran bullicio, griterío y empujones. No obstante dicen todos los locales que no es ni la mitad del gran Bazar de Osh.
El 10 de Septiembre sobre las 16:30 salimos de casa con la idea de encontrar el edificio del Teatro y ojear las funciones o espectáculos disponibles. Marleen se chocó casualmente en la puerta del teatro con una chica que vendía dos entradas para un espectáculo de cultura tradicional kirguís. Los abuelos de la chica habían enfermado y la familia que asistiría al completo habia menguado en dos plazas. El espectáculo giraba entorno a Manas el gran héroe artífice de la unificación de las tribus kirguises. Durante el espectáculo Alima se sentó junto a nosotros y trato de aclararnos lo que ocurria en el escenario.
El Poema épico de Manas viene a ser una especie de Poema del Mio Cid. Es unas veinte veces la Odisea de Homero, por lo que lo aventaja seguro en tamaño pero no sabemos si en belleza. De hecho es uno de los tres poemas épicos más largos del mundo, por detrás quizás del Maharabata y otro larguísimo poema tibetano. No puedo imaginarme a los manachi, los recitadores como lo eran juglares de nuestros cantares de gesta, memorizando tal masa inhumana de estrofas. En el poema se narra como a los 15 años el joven pastor Manas eligió el camino de la guerra. Empezó formamdo una pequeña milicia con miembros de su tribu y terminó liderando un gran ejercito fruto de la unión de las diferentes tribus kiriguises, luchando contra los invasores chinos, jungaros y otros muchos, y devolviendo a su pueblo su territorio. Es el padre indicutible de la Nación Kiriguís.
Durante la función pudimos ver algunas muestras de las asombrosas maneras y costumbres kirguises, siendo la que más nos impactó que al llegar las familias, se producía siempre el encuentro y saludo entre los miembros del mismo sexo, pero entre los opuestos simplemente se ignoranban. Las sonrisas y las muestras de excesivo afecto tampoco son habituales, ni bien vistas y desgraciadamente también es común hablar en voz alta durante una obra de teatro, sin que a nadie parezca molestarle. Pero las costumbres de un pais no estan hechas para la comodidad y placer del viajero sino para el disfrute de sus ciudadanos.
El día siguiente llevabamos una semana en Biskek y me levanté con la sensación de poder mirar la ciudad con unos nuevos ojos. Los ojos del viajero que lleva más de una semana en la misma ciudad, que puede decir algunas palabras en la lengua local, que ya conoce lo que se ve a primera vista y que parece haber encontrado una especie de lupa mágica con la que ahora puede observar y saborear los pequeños detalles. Ya conociamos lo más llamativo, los grandes edificios, los monumentos y ahora empezaba el disfrute de encontrar los curiosos detalles, los callejones, las pequeñas tiendas, dejarse cortal el pelo por sus peluqueros, tratar de conversar con algunos viandantes, analizar tradiciones e incluso cortarse un Kebap en un puesto callejero...pero esto ya ocurrio durante la segunda semana.