Todos los días de un bicinauta no son miel sobre hojuelas; El relato de nuestra desagradable llegada
Dicen los críticos y entendidos que en los relatos y narraciones de viajes debe haber una dosis suficiente de sin sabores, amargores y escenarios inamistosos. Aquellos relatos en los que los protagonistas continuamente aparecen alegres, disfrutando de su existencia y apenas sufren penalidades o malos momentos, resultan tarde o temprano tediosos y aburridos para los lectores.
Para evitar caer en este error tan frecuente en los blogs y escritos de viajeros, introduzco el siguiente desagradable relato de lo ocurrido durante el pasado cuatro de Septiembre, durante el que fuimos víctimas del extremo cansancio acumulado, acogidos con extraña hospitalidad, fui cautivo del mal humor y Marleen víctima de una maligna bacteria.
Esa mañana de lunes me levanté acalorado tras dormir toda la noche metido en la tienda de campaña. Estabamos en una casa de huespedes: “Kuka guesthaus”, pero yo habia montado la tienda por la noche sobre la cama para protegerme de las cientos de moscas y mosquitos que revoloteaban por toda la casa, atraídas por los restos de comida destapada y la falta de limpieza. Marleen sin embargo había dormido fuera de mi pequeño refugio argumentando que dentro haría demasiado calor, y preferia dormir sencillamente sobre su cama aún cuando al amanecer la despertaran un escuadrón de moscas revoleteando sobre la cara.
El día anterior agotados tras bajar de las montañas, habíamos decidido descansar dividiendo en dos jornadas los 95 kilometros que nos separaban de la capital de Kirguistan: Biskek. Aunque habíamos visto en nuestros mapas, que la casa de huéspedes Kuka estaba fuera de nuestra ruta, representaba en realidad la única posibilidad de hacer una parada intermedia, por lo que habiamos accedido a desviarnos diez dolorosos kilómetros de subida para llegar hasta ella.
Llegamos a la casa de Kuka al atardecer pasadas las 18:30. Esta es generalmente la hora en que nos empiezan a asaltar los pensamientos sobre el lugar en el que pasaremos la noche, especialmente cuando acumulamos cansancio tras varios dias de acampandas. A veces en estos momentos me imagino la llegada a lugares ideales: económicos hostales con una habitación espaciosa, con amables propietarios que nos reciben hospitalariamente,ducha caliente, una cama de sabanas blancas y limpias, aire acondicionado, conexión a internet para hablar con la familia y una cerveza fresquita metida en una nevera. Muchos de esos dias terminan en chasco. Estos días en que nos invaden los espejismos, nos convertimos en incautos y picamos en el anzuelo de nuestras propias imaginaciones idílicas. El idealizado lugar no existe y terminamos durmiendo en un hostal mediocre y sucio, duchándonos en agua fria, bebiendo coca-cola caliente y deseando haber dormido un día más en nuestra tienda.
Aquella incomoda mañana tras un triste desayuno de pan seco, ya que la mantequilla se la había lamido enterita el gato el día anterior, nos despedimos de Kuka y de su mujer muda. Dijimos adios a su sucia casa llena de moscas y a sus miedosos galgos afganos; También nos despedimos de Marqués, el tercer chucho apestoso de la familia. Nos despedimos de su jardín descuidado lleno de rosas y de fragmentos de cadáveres procedentes de pequeños animales cazados por los galgos: ratones, puercoespines y pollos esparcidos por todo el terreno y en los que Marqués, el chucho apestoso, seguro que se había refregado atendiendo al desagradable hedor que desprendía.
Me encontraba de mal humor, dominado por emociones negativas, como un forastero maltratado en un pais hostil y sin saber muy bien el porqué. Quizas el principal motivo era que el día anterior al poner los pies en la casa de Kuka, habíamos visto nuestras ilusiones de un hostal idílico brutalmente derrumbadas. Kuka no estaba en casa y su mujer poco quería saber sobre el proyecto turistico de su marido convirtiendo su casa en un Hostal. Nos había negado el hospedaje hasta que yo arranqué el cartel de “гостиница» hostal colgado en la valla exterior para mostrárselo directamente en la puerta de su casa.
Cuando Kuka llegó horas más tarde a casa, nos sorprendió hablando algo de alemán, de lo que se mostraba insultantemente orgulloso y su hospitalidad se limitó a explicarnos lo maravilloso que era su trabajo llevando turistas a caballo por las montañas de Tian Shan y a tratar de convencernos reiteradamente durante toda la cena y el posterior desayuno para realizar una de sus rutas a caballo y poder incrementar sus ingresos.
Pero si mi mal humor con más o menos razón de ser, me tenía sumido en negativos pensamientos, peor lo estaba pasando Marleen extremadamente cansada y con mal de estomago. Tras abandonar la casa de Kuka, los treinta últimos kilómetros hasta Biskek fueron un particular martirio para ella. Una maligna bacteria instalada en su aparato digestivo, la hacía intermitente parar la bici y correr en busca de tupidos arbustos. Debía pedalear aguantando además un fuerte dolor de tripas, soportar el agobiante tráfico y por si esto fuera poco, mi mal de humor. Los coches nos pitaban y nos pasaban tan cerca y peligrosamente que tuvimos que instalar en las alforjas traseras unas ramas horizontales con un trozo de aluminio en la punta, para obligar a los conductores a guardar una distancia mínima de seguridad.
Cuando el problema con los vehículos parecía parcialmente solucionado y mi mal de humor y el mal de estomago de Marleen mitigados, un grupo de niños nos salieron al paso gritando ¨Heil Hitler¨ y poco después otro grupo llegó incluso a apedrearnos. No eran los mejores momentos de nuestro viaje. Las piedras afortunadamente no nos alcanzaron y el “Heil Hitler” carecía de importancia pero no era la primera vez que se lo soltaban a Marleen en Kirguistán. Esta última vez sin que los autores supieran si quiera de donde éramos, habían establecido el simil guiri, alemán, fascista, nada mas alejado de la realidad. La primera ocurrió hacía un par de días cuando Marleen había manifestando a un pastor de ovejas su procedencia germana y este había gritado casi instintivamente ´Heil Hitler´ y levantando el brazo hacia el cielo. Yo le conteste tratando de corresponderle con justa retribución “Heil Putin” que el pastor pareció encajar con bastante desagrado.
Ya muy cerca de Biskek, llegamos a una zona periferica e industrial de una ciudad tipicamente postsoviética, con chimeneas y algunas colosales industrias abandonadas en el horizonte. Marleen cada vez pedaleaba más lentamente. Tan despacio que en algunos tramos de la maltrecha carretera, llenos de baches y gravilla, parecía que iba a detenerse. Fue cuando estabamos ya tan sólo a 5 km de Biskek, cuando un fuerte viento en contra empezó a soplar con una fuerza extraordinaria, aumentando sus sufrimientos y llegando a frenarla tanto que la bici se paró de golpe y Marleen tuvo que poner los pies en tierra rompiendo a llorar: “Ich kann nicht mehr! Ich kann nicht mehr!” No puedo más! No puedo más!
Yo no sabía como consolarla, mi mal humor había desaparecido de repente en paralelo a un fuerte sentimiento de compasión. Igual que se combate el veneno con un antídoto, la compasión neutralizó mi ira y el mal humor. Estoy convencido de que ambos sentimientos no pueden darse simultaneamente, las emociones negativas desaparecieron al instante por completo. Coloque nuestra pequeña silla plegable en una sombra cercana y junto a ella el bote de agua. La levante del suelo de la cuneta donde se había sentado impotente y la lleve a la sombra, en la que poco a poco se fue recuperando.
Llegamos media hora después a Nomads House en los primeros barrios de la periferia de Biskek, tres niños que jugaban en la calle vinieron curiosos a regalarnos sus sonrisas y aunque el propietario no me pareció un ejemplo de alegría y hospitalidad, lo cierto es que aquel día no me encontraba en condiciones de juzgar a nadie y lo sabía.