El guerrero estepario
Agitando firmemente las riendas de su caballo, levanto su inmensa espada, y con la punta dirigida hacia la figura del comandante Zúngaro , inició el galope gritando “Alakol será siempre del pueblo kazako”.
Sus hombres más de 600 soldados, todos ellos propietarios de sus caballos, le seguían fielmente desde hacía años. Recibían una generosa parte de cada botín obtenido en las batallas, y entre ellos no había un solo soldado que no le admirara y se sintiese orgulloso de estar a sus órdenes.
(Traducción de una pequeña placa conmemorativa en Alakol)
Era la batalla que convertiría definitivamente a Kabombei en el héroe nacional de Kazajistán. Su espíritu dicen, esta presente en el carácter de cada kazako: nobles, valientes y guerreros.
El 23 de Julio, salimos del pueblo de Alakol haciendo una respetuosa parada frente a la estatua del héroe.
Colocamos nuestras bicis junto a su figura y le pedimos fuerza y valor para pedalear los más de 150 km de ruta que nos llevarían alrededor del perímetro del inmenso lago Alakol.
Al tomar la carretera dirección sur, el asfalto desaparece, su superficie se llena de pequeños guijarros y se torna arenosa. El sol aprieta como no lo había hecho hasta entonces desde nuestra entrada en Kazajistan, unos 40 grados.
Afortunadamente como si fueran espejismos, aparecen intermitentemente pozos artesianos, chorros de agua helada a presión que emanan mágicamente de lo más profundo del suelo de la estepa. En todos ellos, sin perdonar ninguno, nos paramos a refrescarnos y llenar las botellas. Por temor al calor y a lo inhóspito de la travesía, cargamos todo el agua que podemos, casi unos 20 litros a riesgo de llevar sobrepeso. Son casi 20 kilos de peso extra repartidos entre 5 botellas de agua y las dos grandes bolsas Orlieb de 5 y 10 litros. No sabemos si encontraremos nuevos pozos y en nuestros mapas no aparecen poblados a menos de 100 km.
Disponemos de un filtro de agua manual Katadyn, con el que podríamos purificar agua del lago junto al que pedaleamos. Con él hemos llegado a beber agua turbia de un charco e incluso “potabilizado” cerveza convirtiéndola en agua clara. El proceso inverso por desgracia no funciona. Pero al fabuloso filtro le ha salido una grieta por la que pierde presión y no es posible potabilizar más agua hasta que Katadyn, la empresa suiza fabricante del filtro, nos mande la pieza fracturada.
Pedaleamos con las orillas del lago Alakol a un par de kilómetros a la derecha, una larga línea de colinas peladas y deserticas a la izquierda, delante de las que se levanta una enorme valla, la frontera con China y al fondo las inmensas e históricas montañas Zúngaras, con abundante nieve en sus cumbres. El paisaje es sobrecogedor: su soledad, silencio, la ausencia de casas, humanos o animales. Raramente nos cruzamos con algún coche.
El lugar es conocido como el corredor Zúngaro. Conduce al paso montañoso del mismo nombre: Dzungarian Gate (la puerta de Zungaría). Lo inhóspito de la zona, el calor, frio extremos, la falta de zonas pobladas y sus malas carreteras mantienen alejados a turistas y curiosos. La puerta de Zungaria ha sido el lugar de entrada a lo largo de la historia de la mayoría de los invasores procedentes de oriente y también uno de los caminos utilizados por la ruta de la Seda.
La conducción sobre la pista arenosa se hace complicada debido al peso excesivo del agua que trasportamos. Marleen avanza delante con relativa facilidad. Yo, sin embargo pierdo frecuentemente el control de la bici. Mis finos neumáticos son como cuchillos giratorios de cortar pizza que se clavan constantemente en la superficie de la pista arenosa. El calor además es insoportable. Pedalear con algo de velocidad, permite pasar mejor sobre la arena y las piedras, hace más cómodo pasar sobre los tramos de superficie rizada, pero incrementa el riesgo de averías y posibles caídas. En una ocasión, retirándome el sudor de la cara, pierdo el control y me caigo arañando las alforjas y doblando la maneta de freno. Vuelvo a caerme de nuevo hasta dos veces más, afortunadamente sin graves consecuencias.
Marleen sin embargo con unos neumáticos más anchos y mayor pericia, avanza con más comodidad aunque la temperatura que alcanza los 40 grados, nos esta machacando a los dos.
Trato de pedalear alejando los pensamientos del calor y las dificultades, pensando en los entretenidos relatos de Renat, el kazako propietario del hostal Amina en Alakol, sobre la vida del guerrero Kabombei. Renat me contaba ya algo embriagado por las cevezas, que Kabombei, siendo aún un niño vio morir a su padre y hermanos en un saqueo a su poblado por los invasores Zúngaros. Tenía entonces doce años. Se escondió hábilmente durante el ataque y pudo contemplar horrorizado como muchos otros familiares, amigos y vecinos eran asesinados. Hubo de esperar 6 años hasta que pudo vengarse. Entró con nocturnidad y alevosía, de madrugada en el campamento Zúngaro y vengó la muerte de su padre y hermanos degollando a sus asesinos. Durante sus primeros años de guerrero estepario, actuó como un guerrillero fugitivo, llegando con el paso de los años a ser admirado y comandante de las tropas Kazakas.
Son las tres de la tarde. Tras solo 35 km recorridos en 5 horas de pedaleo, empezamos a preguntarnos si tomar esta ruta había sido una buena idea. Nos habíamos cruzado únicamente un par de vehículos. Bajo el camino hay algunas tuberías destinadas, otro tiempo, a canalizar torrentes de agua. Son la única sombra disponible en la estepa desarbolada. En el interior de la tubería cocinamos, hacemos café y descansamos refrigerados por su efecto venturi.
Después de comer y esperar que el calor remitiera un poco, continuamos pedaleando varias horas más hasta llegar a un pozo artesiano curiosamente entubado para suministrar agua a diferentes alturas.
El agua brotaba clara y limpia a presión, bañando una franja de terreno que formaba un pequeño oasis y del que nacía un rio en dirección al lago. Un hermoso jardín silvestre surge como una explosión de verdor y colores en medio de la estéril estepa. Flores violetas, amarillas y granates junto con otras muchas plantas aromáticas contrastan con las áridas, espinosas y grisáceas hierbas de la estepa.
El lugar hubiera sido ideal para instalar nuestro campamento nocturno, si al llegar el anochecer ,el jardín no se hubiera cubierto de un nubarrón de millones de mosquitos hambrientos. Ni los tejidos de nuestras ropas, ni el Aután rociado a discreción, eran suficiente para evitar las decenas de picaduras. Tras cocinar inmersos en una niebla de mosquitos y devorados por sus picaduras, cenamos refugiados en el interior de la tienda.
Tras comer, cuando ya empezábamos a concebir el sueño algo golpeó salvajemente la tienda. Sucedió tras el primer impacto un par de ocasiones más, mientras yo buscaba el frontal y algo con lo que defendernos del furioso atacante.
Tengo que reconocer que cundió el bastante el pánico. Era la primera vez que nos sucedía algo así y tomamos conciencia de lo vulnerable que éramos dentro del delgado tejido de la tienda. Parecía el ataque de un extraño pájaro o roedor. Fueron segundos larguísimos hasta que me armé de valor para salir. Tan pronto saque la cabeza por la puerta de la tienda con el frontal encendido y la almohada firme en mi mano derecha, un enorme saltamontes me golpeó con fuerza en la frente. No podíamos parar de reírnos.
De regreso a la tienda, tratando de hacer llegar de nuevo el sueño, me puse a observar las fotografías de las numerosas estatuas del guerrero Kabombei que habíamos hecho durante los días anteriores. Sus estatuas se reparten por toda Kazajistan y recordaba a Renat cuando me explicaba el carácter del pueblo kazako, según el fundamentado en la figura del héroe y en los orígenes nómadas de su pueblo: valor, dignidad, honestidad y hospitalidad.
Y me decía algo que me dejaba atónito: Nosotros quizás somos tontos pero fuertes y valientes.