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Pedaleando las estepas de Kazajístan.


Llegamos a la valla que separa China de Kazajistan (Tacheng-Bakhty) bajo el sol de las cuatro de la tarde. En la frontera nos reciben dos soldados kazajos en uniforme clásico de campaña, ambos con tres de los dientes superiores enfundados en oro. Pronuncian con dificultad Passport! en varias ocasiones y muchos otros vocablos en una especie de lengua rusa. Les entregamos los pasaportes, sin dejar de mirar el brillo dorado de sus dentaduras de hojalata, tratando de entender la belleza estética que puede haber en el extraño ornato.


Tras unos segundos de incomprensión lingüística e incertidumbre, aparece un oficial elegantemente uniformado de ojos celestes como los de un galán noruego y sin extraños brillos dorados en la dentadura. Extendiendo su brazo con la palma abierta, tres pequeñas estrellas doradas en las hombreras, se presenta como el lugarteniente Ilia. Bajo el sobaco encajada, porta una gorra de visera desproporcionada típicamente soviética. Nos da con exquisita formalidad consular la bienvenida a Kazajistan, en un correctísimo inglés: Welcome to my country, Kazahastan! Al conocer que Marleen es alemana nos asombra pronunciando algunas palabras germanas: Guten Tag, Danke y Wilkommem. La conversación va perdiendo progresivamente el formalismo inicial y nos cuenta que es entusiasta aficionado del grupo de música alemán Ramstein. También en español nos da los buenos días y un bienvenidos con acento rusoide. Muestra un gran interés por nuestro viaje, es meticuloso en el conocimiento de nuestro exacto itinerario, pero asegura que es por mero interés personal. Nos cuenta con contenida nostalgia, sus deseos de viajar. A los funcionarios de fronteras kazajos no les es posible visitar paises extranjeros.



En la frontera china habíamos necesitado más de una hora para completar diversos procesos de rigurosa inspección. Los policías fronterizos se habían mostrado muy recelosos sobre las actividades de dos cicloturistas de alforjas en su pais, registrando minuciosamente las mochilas, el contenido de los móviles y las tarjetas de memoria de nuestras cámara. En la frontera kazaja sin embargo, tras quince minutos de relajada conversación con el lugarteniente de puesto, aficionado a la música rock, ya estábamos pedaleando por la estepa kazaja.


Una extensión interminable de llanura con algunas dunas, pequeños arbustos y abundantes retamas, en la que es difícil fijar la atención. Los pensamientos se evaden y terminan perdidos en hechos del pasado. Durante kilómetros y kilómetros sin un solo edificio o cultivos, todo el paisaje se simplifica en un inmenso campo abierto, de hierbajos secos o verdes, sin una utilidad inmediata al ser humano, un manto salvaje, oloroso y natural.



Pedaleando en este nuevo paraíso, alejados del intervencionismo técnico agrícola chino del campo y lo rural dedicado a alimentar al país más habitado del mundo, se abría ahora ante nosotros un horizonte inhóspito y vacío en el que recordábamos los últimos días en la provincia China de Xinjiang.


Una provincia en estado de excepción, quizás no oficialmente declarado, pero en vigor de facto. Medidas excepcionales de seguridad justificadas por el gobierno chino, desde que se produjeran algunos atentados atribuidos por los servicios secretos chinos al Movimiento Uigur Islámico del Turquestán.


En Tacheng, una ciudad a 18 kilometros de la frontera, habíamos pasado nuestra última noche en China, concretamente en el Western Hotel. Había sido un alojamiento obligado, otros hoteles modestos carecían de permiso para alojar extranjeros.


En las calles cientos de policías patrullaban a pie, en moto o en vehículos. También lo hacían caravanas de vehículos con soldados. No hay cruce de calles en la ciudad sin una caseta policial prefabricada con los gálibos rojos y azules permanentemente activados. Donde no había un policía, eran uno o varios los vigilantes encargados de la seguridad de los ciudadanos. Con chalecos antibalas y largas defensas, controlaban las entradas de restaurantes, pequeños centros comerciales y hoteles. Los registros y escaneos son constantes para comprar, comer o entrar en el Hotel. ¿Cómo se puede vivir tranquila y dignamente en una ciudad asi?


Rellenar la botella de nuestro hornillo de gasolina había sido en las últimos días una misión imposible. Desde que habíamos entrado en la provincia de Xinjiang, revindicada por ciertos sectores Uigures como Turquestán Oriental, lo habíamos intentado varias veces, teniendo incluso alguna trifulca, cuando aún no conocíamos las estrictas leyes vigentes en la región.


Las gasolineras poseen en esta región vallados similares a prisiones. Dos o incluso tres vigilantes controlan la entrada de los vehículos detrás de una valla abatible. Se registran los maleteros e interior de los vehículos, antes de que les sea permitido entrar a repostar. Además deben haberse apeado todos los pasajeros y sus conductores estar debidamente identificados y habilitados mediante un permiso especial para adquirir gasolina. Las pasajeros deben aguardar fuera, a veces en las cunetas de las carreteras se amontonan los pasajeros aguardando la salida del vehículo. Fue imposible repostar nuestra pequeña de botella de 25 dl y poco a poco nos íbamos quedando sin la posibilidad de cocinar y hacer café durante nuestras acampadas.


Al parecer estas radicales y absurdas medidas fueron adoptadas a partir del atentado ocurrido en Tiannamen hace cuatro años, en 2013, cuando un vehículo bomba, cargado de gasolina, procedente de la provincia de Xinjiang, conducido por miembros de la etnia uigur según la versión oficial, se hizo estallar en la conocida plaza de Pekín, costando la vida a cinco personas y resultando cuarenta heridas.


Además de este atentado, a este mismo grupo le han sido atribuidos otros ataques, como el de una decena de hombres y mujeres vestidos de negro y armados con cuchillos que en 2004 asesinaron en la estación de trenes de la ciudad de Kunming a 29 personas. Estos atentados de corte fundamentalista que azotan también paises occidentales, han dado argumentos a la dictadura de Pekín para instaurar un sistema marcial en las provincias díscolas, aquellas como el caso de Tíbet, Xinjiang, parte de Sichuan y Yunnan, que revindican más autonomía o incluso la independencia.


En ellas desde hace años ya se aplicaba una política conocida en china como: “separación de diente de perro”, tratando de debilitar estos sentimiento autonomistas mediante la división. El trazado inexacto de las provincias con el fin de separar los grupos étnicos.


Alejados ahora por la línea legal de la frontera y varias decenas de kilómetros, las sensaciones volvían a ser de relax y libertad. Habíamos recibido del lugarteniente 30 días de estancia legal en Kazajistan sin necesidad de visado, para recorrer el noveno pais más extenso del mundo y con algunas de las regiones mas despobladas del planeta. Bukhti era el primer poblado kazajo al que llegábamos. La escritura cirílica por todas partes, los antiguos vehículos rusos, y el aspecto físico de la gente, nos trasladaban a las antiguas películas ambientadas en la antigua unión soviética y el telón de acero.

Me recordaba los días que pase en Rumania hace algunos años invitado por mi amigo Tiberius. Al fin y al cabo estas sensaciones rusoides eran normales en un país que fue el último en alcanzar la independencia respecto de la antigua Unión de las Republicas Soviéticas URSS en 1991 y esto se veía tanto en la escritura de los establecimientos como en los numerosos vehículos de la marca rusa Lada que aún, algo decrépitos, continuaban arrastrando sus oxidadas carrocerías por el asfalto kazajo.



Pese a lo exótico e interesante del poblado, decidimos no quedarnos en él. Deseábamos acampar en la estepa, que resultaba demasiado atractiva como para meternos en un motel de chapa de un pueblo fronterizo. Preferíamos las paredes de nuestra tienda pinchada en el interminable horizonte estepario.


Ya atardeciendo, desde la carretera pequeña carretera Marleen, señaló un camino que parecía conducir a unas ruinas de adobe situadas a unos 10 kilómetros. Estas paredes semiderruidas podrían un buen refugio al viento que empezaba a soplar con fuerza desde hacía un par de horas. Al llegar, a juzgar por los restos de excrementos en el interior de la construcción, concluimos que éstas se utilizaban regularmente para estabular ganado. El estiércol seco proporcionaba un cómodo acolchado y esa tarde el recinto nos pertenecía. Ofrecía un magnifico refugio para pasar la noche bajo un cielo que se llenó rápidamente de un manto de estrellas. ¡La vía láctea! decía Marleen, mientras mi mirada buscaba los rayos de una tormenta lejana en el Nordeste.



Por la mañana hurracas azules, halcones, milanos y un enorme águila sobre volaban las ruinas, observándonos durante el desayuno. Las tormentas que habían terminando rodeando el estrellado firmamento por la noche y habían afortunadamente pasado de largo sin dejar una sola gota de lluvia. Nuestra tienda MSR, aunque de reconocida calidad, había demostrado flaquezas o mejor dicho goteras ante la lluvia.


Un pastor a caballo recorría la estepa alejándose en la lejanía con un rebano de cientos de ovejas y el auxilio de tres enormes perros que se acercaron a saludarnos antes de que nos pusiéramos a pedalear. ¡Que pena que se pierdan estas bellas profesiones! Me decía Marleen. ¡Quizás venga un hípster y las ponga de moda! Le constaba yo recordando El alquimista de Cohelo.


Empezamos a pedalear con una inmensa calma y tranquilidad, interrumpida solo ocasionalmente por algún coche, viejos y cuadrados Ladas soviéticos, recorriendo las interminables rectas kazajas a todo lo que el motor podía dar de si, dejando un monótono ruido, una estela de humo negruzco y algún pitido a modo de saludo.


Llegamos a Makanchi, un pequeño poblado más grande que Bhakti pero todavía un poblado. Гостиница rezaba en cirílico el cartel del motel en el que nos quedamos. Una habitación sencilla por 2000 Tenges, unos seis euros. Paredes de hojalata y cuarto de baño comunitario. Tratamos de aprender la primeras palabras en ruso, que aqui se habla habitualmente junto al kazajo: Espasiva: gracias, kostunica: Hotel...


Al día siguiente el objetivo era seguir una pista que nos llevaría a un humedal entre dos lagos, una reserva natural que podría tener aves interesantes y un entorno de naturaleza salvaje, por la que quizás fuera posible enlazar con una carretera asfaltada al otro lado de los lagos.




El camino se fue llenando progresivamente de piedras y arena con el paso de los kilómetros. Pedalear se iba haciendo cada vez más duro y el viento empezaba a azotar las bicis cada vez con más violentamente. El sol caía en el horizonte estirando fatigosamente nuestras sombras.


Decidimos que debíamos acampar. El viento soplaba libre y poderoso, sin árboles que ofrecieran refugio, la llanura vestida solo de hiervas silvestres, retamas y algunas cañas, era un cañón de aire en el que montar la tienda iba a ser una tarea difícil o casi imposible. Marleen vio una pequeña cabaña en la lejanía. Al irnos acercando nos fuimos dando cuenta de se trataba de un conteiner colocado sobre un remolque. Lo rodeamos en busca de una entrada, observando una escalera que conducía a una puerta cerrada por un candado.




Subí las escaleras, llame un par de veces. Hello! Hello! Parecía que no había nadie dentro. Agité el candado y resulto estar abierto. Cuidadosamente lo retire y abrí la puerta. Entramos. El único signo de vida era una cebolla algo arrugada.


Dentro las paredes habían sido cubiertas de paneles de madera, y espuma a modo de aislante contra el frio. Todo estaba relativamente limpio. Las ventanas con sus cristales tenían mosquiteras, así como también la puerta de entrada. En el centro había una chimenea de hierro fundido, con bonitos motivos geométricos, usada infinidad de veces para cocinar. A la derecha una gran tabla de maderas nobles sobre elevadas a modo de cama y a la izquierda un gran espacio con una estantería, debajo de la que pusimos las bicicletas. Quien quiera que hubiera colocado en este lugar el remolque y el conteiner lo había trasformado en una acogedora cabaña preparada para soportar el frio de estas estepas, que durante el invierno podía registrar temperaturas por debajo de los - 20 grados.


No nos preocupaba la llegada de nadie, por algún motivo estábamos convencidos de que la cabaña nos pertenecía esa noche. Dormimos sin preocupaciones, protegidos del viento, el frio y los mosquitos. Por la mañana nos levantaron el piar de las crías de una abubilla y una hurraca que tenían sus nidos en el techo del conteiner.




Continuar por la pista era imposible. El humedal entre los lagos era infranqueable.

Pasamos la mañana observando grullas, gansos, patos, cigueñelas, gaviotas, avefrias y otros muchos limicolas. Debíamos volver a despedalear los 40 kms de terrible pista. Volver al poblado Makanchi y rodear los grandes lagos siguiendo la carretera A-355 en dirección Arakol, la Chipiona kazaja.


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