Recorriendo tierras tibetanas; Shangri La - Litang
30 de Junio de 2017.
Los últimos ocho dias los hemos pasado pedaleando por altas montañas entorno a los 4000 metros de altura, pobladas por nómadas de origenes tibetanos. Estos ganaderos itinerantes acostumbrados al rigor de la altitud, suben en verano sus manadas de yaks y caballos a las altas praderas en busca de verdes pastos.
Es un mundo de las alturas, tierras reclamadas por el Gobierno Tibetano en el exilio. Con un tiempo rapidamente cambiante, sin carreteras asfaltadas, sin ciudades, sin hostales, sin tiendas y sin internet. Pedalear y viajar en estas alturas se hace más duro y son algunos los momentos en que se llega a pensar en la renuncia.
Quedan pocos lugares tan remotos como éste que permitan la desconexión con el resto del mundo e impongan la autosuficiencia. Las posibilidades de comunicarnos con la familia o los amigos fueron escasas durante esta larga semana. Y esta situación había querido el destino, hacerla coincidir con el día de mi cumpleaños.
Durante esta travesía montañosa, el clima rapidamente cambiante de las cumbres nos ha mostrado todas las estaciones del año en un solo día. En tan solo minutos hemos pasado del sol sofocante y abrasador, al frio extremo, la lluvia, el fuerte viento, el granizo y finalmente la nieve coronando el puerto de Kuleke a 4709 metros.
También el destino ha querido que nos encontráramos y juntáramos seis ciclistas viajeros de diferentes nacionalidades: Katharina (alemana), Sara (danesa), Lucas (alemán), Adam (ingles), Marleen y yo, en una verdadera y bendita casualidad.
La verdad es que dudo que sin ellos, sin la fuerza de un grupo guiado por un espíritu absolutamente altruista, hubiéramos conseguido cruzar estas altas y duras montañas. El reparto de tareas como la potabilización del agua, descargar de peso a los más débiles en las inclinadas subidas, facilitar ropas aptas a las bajas temperaturas a quienes carecían de ellas y los ánimos mutuos, han sido la clave del éxito en estas remotas montañas chino-tibetanas.
El dia 29 de Junio con trocitos de plátanos, galletas, una barrita sniker de chocolate y una vela doméstica, nuestros nuevos amigos me cantaron cumpleaños feliz en inglés. El interior de la fría y húmeda cabaña a 4660 metros de altura, se convirtió en el local de una calurosa y entrañable fiesta de cumpleaños.
Ahora escribiendo sobre estos momentos me emociono y agradezco profundamente su altruista comportamiento a nuestros amigos ciclistas viajeros. Muchas gracias chicos!
La travesía del 23 al 30 de Junio entre Shangri La y Litiang dia a dia;
El 23 de Junio salimos de la mítica ciudad de Shangri La, después de dos días disfrutando de las sensaciones de estar muy cerca de una nueva región cultural, el Tibet. Dejabamos atrás la ciudad elevada a categoría mística por James Hilton en su libro ¨Horizontes perdidos¨. Una ciudad con gentes de nuevos rasgos físicos, de novedosas y llamativas ropas tradicionales parte de la vida diaria, de un lenguaje tibetano con una melodia y ritmo armonioso y de la ominpresencia de monjes, templos y otras muchas reliquias. Todo ello nos había trasladado en cuerpo y alma al mundo budista-tibetano, que ahora continuaría en un entorno montañoso.
Tan pronto como salimos de Shangri La, comenzamos a recorrer bellas y verdes praderas, en las que pastaba un nuevo animal, el Yak. Grandes manadas de estaos grandes ovinos, de enormes cuernos y largo pelaje oscuro, pastaban mansamente junto a la carretera S-217, que nos conduciría a las montañas mas altas que habíamos recorrido hasta ese momento.
Pedalear se hacía costoso, habíamos partido de los 3000 metros de altura a los que se encuentra Shangri La, y suvíamos lentamente sufriendo los efectos de la altitud, la falta de oxigeno. Pedaleábamos preocupados, desconfiando de nuestras fuerzas y la preparación de nuestro cuerpo para afrontar el recorrido montañoso de los próximos 450 km.
¿Cuál sería la reacción de nuestros organismo en alturas por encima de los 4500 metros? Si ya a 3000 metros teniamos problemas controlar la respiración y al menor esfuerzo nos invadia un fuerte dolor de cabeza.
La carretera S-217 estaba afortunadamente en estos primeros kilómetros en buen estado y el tráfico es escaso. Asciende suavemente y entrecorta la respiración de nuestros pulmones. Yo soy el primero en notarlo con necesarias cortas y frecuentes inspiraciones, Marleen parece encontrarse mejor. En Shangri-La se vendían pequeñas mascaras de oxígeno para turistas chinos, quizás hubiera sido una buena idea hacerme de una de ellas. El único peligro pareían los mastodónticos y numerosos Yaks que buscando nuevos pastos atraviesaban lentamente la carretera en busca de nuevos pastos.
No dominan los cielos de estas praderas y montañas aves rapaces, quizás extintas por su caza, hemos visto sus plumas en los dinteles de las casas, sino enormes cuervos negros que nos dirigen insolentes graznidos. También abundan las chovas, las urracas, las tarabillas, las terreras y las lavanderas blancas. En las praderas el intenso color verde lo interrumpen manchas violáceas de los lirios y amarillas de las orquídeas. A nuestra izquierda un pequeño riachuelo serpentea aún sobre su cauce natural, no ha llegado afortunadamente aún de Beijing el presupuesto para canalizarlo.
Tras recorrer unos 40 kilómetros, llegamos a una aldea de una decena de casas de arquitectura rectangular tibetana. Su aspecto es monumental, recias paredes de adobe o piedra que se encuentran ligeramente reclinadas, manipulando la vista al objeto de acentuar su grandiosidad sus ventanas se decoran con alegres colores verdes, amarillos, rojos y azules.
No hay un idioma común, la comunicación es difícil. Es un grupo variado varios varones y señoras de mediana edad, dos guapas muchachas y tres ancianos. Tratan de hacernos preguntas que no entendemos y que contestamos pronunciando algunas de las únicas palabras que hemos aprendido en chino, nuestros paises de procedencia “Xibaña” (España), “Duoquo” (Alemania) y el lugar donde nos dirigimos Litang. Esto parece satisfacerles, nos sonríen y comienzan a hablar efusivamente entre ellos.
Decido hacer café, saco el camping gas y la cafetera de aluminio de las alforjas. Parecen himnotizados con mis movimientos, que trato de hacer lo mas precisos y elegantes posible, montando el pequeño hornillo de gasolina. Miran asombrados como le prendo fuego al artefacto con el mechero y coloco la cafetera sonbre él, señalando y comentando cada uno de mis momvimientos.
Cuando el café esta hecho una de las bellas muchachas, la más atrevida de todo el grupo toma mi taza dando un sorbo, aprieta el gesto aguantándolo unos segundos y escupe lo bebido al suelo, entre las carcajadas de todos. No es el café sino el te, la bebida habitual de estas gentes.
Tras tomar café seguimos pedaleando con un horizonte de nubes oscuras y un velo azulado que pende de ellas. El rio junto a la carretera empieza a teñirse de color marrón, la llegada de la lluvia es inminente...
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