Pedaleando por el Valle del Yangtsé
El 20 de Junio fue uno de los días más duros del viaje, en el albergue apenas podíamos subir las escaleras hasta la segunda planta de nuestra habitación. Habían sido solo 72 km de recorrido, pero ese día dormíamos a más de 3500 metros de altura, en la ciudad autónoma tibetana llamada Shangri-La.
Llevábamos cuatro días siguiendo el valle del rio Yangtsé, el tercer rio más largo del mundo, que no nacía muy lejos de allí, en la meseta tibetana. En su curso alto, por donde lo habíamos seguido unos 350km, discurre entre profundas gargantas y altas montañas. Sus aguas bajan turbias, rápidas y revueltas, erosionando el cauce del que arranca sedimentos que tiñen sus aguas de un oscuro marrón. Las Montañas, los acantilados rocosos y el propio rio, configuran a veces un paisaje tan inhóspito y extraño que ocasiones da la sensación de que pedaleas hasta un lugar donde se acabará la Tierra.
El 17 de Junio, después de un par de días escalando en el Valle rocoso de Sighu, iniciamos el recorrido a lo largo del valle del Yangtze, dirección norte, a lo largo de la ladera izquierda, en la que están construyendo actualmente una espectacular carretera. De los 350 km que recorrimos estaban casi todos ellos en obras, llenos de piedras, tierras removidas y muchas personas y máquinas trabajando. Tras una jornada de pedaleo y de dormir en la tienda escondida en el bosque, nos desviamos 60 km, por un valle perpendicular, para visitar el Parque Nacional Snub-Nosed Monkeys, donde por fortuna pudimos localizar y fotografiar un grupo de unos 25/30 monos en estado salvaje. Era un gran grupo con bastantes jóvenes y pequeños, un signo de la buena salud de la especie en el Parque. Pudimos observar conmovedoras escenas de monas mimando a sus pequeños bebes, jóvenes y traviesos adolescentes jugando temerariamente en lo más alto de las ramas de los árboles, machos alfa ejerciendo su autoridad...
China además de tener el récord de Homo Sapiens, es uno de los lugares con mayor variedad de primates. Uno de ellos son estos monos de nariz chata, que se encuentran desgraciadamente en peligro de extinción.
Volviendo al Valle del Yangtsé, al día siguiente pedaleamos cambiando de ladera a través de un larguísimo puente colgante adornado de banderitas de colores con textos budistas, atravesando algunas aldeas agrícolas cuyos habitantes pertenecían a etnias de origen tibetano. Es sorprendente como, al introducirnos unas decenas de kilómetros en el valle, se advierte un claro cambio en la arquitectura de las casas, en los rasgos físicos de los aldeanos e incluso en su carácter más abierto y menos reservado que la etnia mayoritaria Han. La arquitectura por ejemplo fue ganando verticalidad, formas rectangulares verticales más acorde con el paisaje montañoso, casi emulando a los clásicos monasterios tibetanos. Las casas estaban lejos de la sobriedad de los hogares del sur de china de adobe o ladrillo. Aquí están adornadas con un profuso trabajo geométrico en la madera de ventanas, contraventanas y puertas. Todo decorado con bellos motivos, de vistosos y alegres colores.
También se observa en estas gentes una profunda espiritualidad y un mayor culto a los antepasados, que se muestra en las ofrendas a las tumbas, a las que dejan regularmente agua y comida (para que quiere el fallecido flores en el otro mundo, mejor que no pase hambre y sed) y numerosas estupas, templos y monasterios. Las estupas, que pueden verse en cada aldea, cruce de caminos o atalaya, es una construcción funeraria de forma cónica que contiene reliquias en su interior, adornadas con las típicas banderitas tibetanas de colorines y escritos budistas.
En uno de estos poblados tibetanos, Touding nos encontramos casualmente a un tibetano originario de la ciudad de Lahsa, que huyó hace 7 años a la India a causa de la represión China. Atravesó la Cordillera del Himalaya, en una travesía que duró más de un mes, en condiciones muy precarias y en las que fallecieron algunos de sus acompañantes. Llegó en muy malas condiciones al Norte de la India donde el gobierno de Tibet, (El Dalai Lama) en el exilio le acogió. En la India vivió durante 6 años, donde aprendió el magnifico inglés que le permitía con todo detalle explicarnos su conmovedora historia. Además nos indicó un atajo para poder abandonar las escarpadas laderas de las montañas que rodean el rio Yangtsé.
Tan pronto como nos despedimos de él, un pinchazo, bueno para ser exacto una mordedura de serpiente (llantazo), el noveno de viaje. Mis neumáticos, mucho menos resistentes que los de Marleen, están en claro estado de descomposición, las rajas en la banda de rodadura y los flancos son cada vez más numerosas y en algunas de ellas puede verse incluso la cámara.
Dormimos en la tienda, tratando de disfrutar de la naturaleza al mismo tiempo que mantenemos a raya el presupuesto. Amaneció lloviendo a cantaros, vaya follón recoger bajo la lluvia y guardarlo todo mojado. Afortunadamente no tardo en escampar cuando ya habiamos empezado a pedalear. Pusimos en marcha "el plan atajo", que el tibetano nos había explicado. Y fue sin duda una de las jornadas más duras de todo el viaje. Dudo que un coche normal, con un conductor normal pueda conducir por esa carretera que nos llevó a Shangri-La. Durante tres horas de subida nos cruzamos tan solo con tres coches y una moto.
La inclinación, las piedras sueltas y el miedo al despeñe nos ha hecho empujar la bici casi el 50 por ciento del recorrido y eso que ya hemos demostrado ser bastante brutos en las numerosas pistas sin asfaltar de Laos y Mianmar. En algunos tramos hemos tenido que empujar juntos ,entre los dos, de la misma bici. Durante la subida de unos 4 km y 700 metros de desnivel, de repente hemos visto que el cuenta kilómetros de la bici marcaba 8000 km exactos, que es lo que llevamos pedaleado en nuestro viaje. Nos hemos abrazado y un inesperado sentimiento de energía nos ha dado fuerzas para seguir adelante.
Terminada la brutal subida hemos enlazado con una carretera de asfalto con la que hemos subido, esta vez suavemente hasta los 3780 metros. Nunca habíamos estado tan altos con una bicicleta. La mítica ciudad de Hiltón en Lost Horizont estaba a nuestros pies, ¨´no hay en la Tierra ningún otro valle como el de Shangri La, situado en las recónditas montañas de Blue Moon, es un lugar mágico, en el que nadie envejece, en el que nadie piensa en la muerte¨. Entonces comienza a llover, nos hemos puesto los enormes ponchos que tapan todo nuestro cuerpo y gran parte de las bicicletas y nos hemos dejado caer sin tocar el freno ni dar pedales, durante 10 km cuesta abajo hasta Shangri-La, donde llegamos medio congelados.
Exhaustos en la ciudad, lo primero ha sido ir a un restaurante y detrás de un plato hemos pedido otro, y otro y otro... Devorando la comida bajo la atenta y sorprendida mirada de los camareros y clientes... Lo que nos ahorramos en gasolina con las bicis, nos lo gastamos en comer. Gracias por llegar hasta aquí amig@ lector!