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En moto por Dong Van Plateau



Habíamos llegado por la tarde a la ciudad vietnamita de Ha Giang, a tan solo a 30 km de la frontera con China. Teníamos al este de la ciudad, los trescientos kilómetros de carretera de montaña más bellos de toda Vietnam, pero nuestro visado caducaba en tan solo dos días, sin posibilidad de extenderlo. ¿Qué podíamos hacer?




Los 300 km de esta ruta circular atraviesan el Geoparque Dong Van Plateau, declarado Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO. Tiene tres pasos de montaña de 1000 metros y un tercero que supera los 1300. Era imposible que pudiéramos recorrerlos en bicicleta en solo dos días. Un riego innecesario exceder el tiempo límite de nuestro visado. Lo peor no era la sanción 25 dolares por día de retraso, sino el peligro de que nuestro pasaporte fuera estampado con un sello de persona non grata. Exactamente lo que le ocurrió a un conocido al que le pusieron unos de esos sellos que te complica la vida viajando, en este caso además invisible. Se dio cuenta al bajarse en el aeropuerto de Nueva York .Solo detectable por el lector electrónico de la frontera, los agentes de le hicieron cientos de preguntas sobre el problema que supuestamente había tenido en Turquía.


Finalmente tomamos la decisión de cambiar, solo durante dos días, las bicis por una motocicleta, con la que poder recorrer tranquilamente la ruta en los dos días que nos quedaban de visado. Fue una decisión muy difícil dejar las bicis aparcadas en un garaje después de casi cinco meses viajando juntos.


En el mismo albergue donde nos quedamos a dormir Kiki´s House, alquilamos una moto made in Vietnam, una DETECH Espero 110 cc, de color azul, tipo naked, con un atractivo y clásico diseño de los que no pasarán nunca de moda. Con motor de cuatro tiempos, 6´5 caballos, cuatro marchas y una autonomía conduciendo tranquilo de más de 250 km. Además tenía un pequeño transportín metálico, en el que con pulpos atamos una de las alforjas de la bicicleta en la que metimos una muda, los cepillos de dientes y la cámara de fotos.


Iniciamos el tour en moto con una pareja alemana muy simpática: Deni y Madlen que habíamos conocido desayunando. Rápidamente habíamos conectado. Habían empezado su viaje también en enero como nosotros y recorrido a mochila Tailandia, Myanmar, Laos y Vietnam. Ahora querían recorrer el norte de Vietnam en moto y para ello habían alquilado dos motos. Madlen no quería ir de paquete.


Durante los primeros minutos de adaptación a la moto y al tráfico, me cuesta trabajo superar los 25 km por hora, mi velocidad de confort se ha reducido ridículamente después de conducir la bicicleta durante casi cinco meses. Lo intento pero es imposible, no me siento cómodo a más de 25 km/h . Marleen se acopla muy bien de paquete se agarra fuerte a mi cintura, parece confiar en mi.


Mientras conduzco trato de recordar, las recomendaciones que la noche anterior, me había leído en un conocido blog viajero, para intrépidos conductores de moto en Vietnam: Debe quedarte claro que la preferencia de paso la dicta el tamaño del vehículo, que en los cruces no existen reglas, que en los giros para cambiar de calle en los cruces se empieza desde tu carril describiendo una trayectoria diagonal recta hasta el carril de la nueva calle, que el claxon es tan importante como los frenos o las luces y se usa constantemente, no para molestar a los demás, sino para advertir de tu presencia. Hay que olvidarse de las reglas de tráfico de España y dejarse fluir. Es muy importante no alterar bruscamente la velocidad. Be Water my friend me repito constantemente.


Hay muchas motos por todas partes, también coches pero menos. Me doy cuenta por el comportamiento de los demás conductores, que hemos adquirido un nuevo status en la jerarquía vial. No recibimos tantos pitidos como cuando pedaleábamos con las bicicletas, los ciclistas vietnamitas se apartan al lado derecho cuando escuchan el motor de nuestra moto, también el resto de motos nos respetan y dejan espacio. Tenemos un pito con el que podemos influir en el comportamiento de los demás usuarios de la calle. Recibimos menos saludos. Eso lo echamos de menos. Ya no somos tan exóticos como con nuestras bicicletas.


Tras salir de Ha Giang dirección este, volvemos otra vez a territorio escarpado, volvemos a trepar por las montanas pero ahora propulsados por un motor. Seguimos una carretera serpenteante que va dejando abajo las numerosas terrazas sembradas de arroz construidas sobre la ladera de las montana. Desde las alturas van adquiriendo pintorescas formas curvas. Son garabatos de colores marrón y verde. Nos paramos a hacer fotos. Llegamos hasta los 1100 metros, el desnivel es tremendo, las vistas espectaculares. Marleen y yo no paramos de hablar y comparar lo diferente que sería hacer este trayecto con las bicicletas. Hemos tardado 30 minutos en recorrer 20 km y parado una sola vez para hacer un par de fotos. Con las bicicletas hubiéramos necesitado más de tres horas y al menos cinco o seis paradas para beber agua y descansar.


Continuamos subiendo y el paisaje adquiere tintes alpinos, los árboles son los propios de las zonas de montaña. Son especies similares a los existentes en nuestros bosques: abetos, pinos, cedros... Las sensaciones conduciendo la moto me trasportan al pasado. Con 28 años recorría estas mismas carreteras montado en una Minsk, una moto también de poco mas de 100cc, pero de fabricación rusa y motor de dos tiempos. Era un motor más primitivo, sencillo, fiable pero con mayor huella ecológica, mas contaminante, algo que por entonces no me preocupaba demasiado. Al apretar el puño la moto tosía abundante humo blanco por el escape. Las emisiones de CO2 tampoco eran por entonces una preocupación de los ingenieros rusos. En aquellos días las carreteras eran dominadas por las Minsk y las bicicletas. En tan solo una decena de anos han desaparecido las bicicletas y las Minsk han pasado a ser una pieza de museo.


Poco a poco me voy sintiendo a gusto con la moto, mi dedo gordo va adquiriendo intuitivamente la soltura de apretar el pito con la precisión de un conductor vietnamita, apenas tardo centésimas de segundo en accionarlo al llegar a cada curva, al ver personas junto a la carretera o al cruzarnos con otros vehículos.


Hay algunos tramos en que el asfalto se lo han llevado las torrenteras de agua. En su mayoría son tramos que coinciden con las curvas más cerradas. En las curvas en las que el asfalto se mantiene, los conductores tenemos que vérnoslas con una traicionera gravilla.


En la curva más cerrada de toda la subida, dos chicas rubias están sentadas en el margen de la carretera junto a una motocicleta. Marleen me aprieta la cintura y damos la vuelta por si tienen algún problema. Una de ellas tiene algunas heridas y una quemadura del tubo de escape en la pierna izquierda. Marleen le limpia las herida con agua y las acompañamos a un restaurante cercano. Parece que cuando uno ve un accidente se acrecientan los temores, el peligro parece mas cercano y se activan instintivamente los sentidos. Trato de recordar que Marleen me ha confiado su vida yendo de paquete. Debo poner la máxima prudencia y atención en la carretera.


Llegamos a una meseta a 1200 metros sobre el nivel del mar. En ella se vuelven a levantar nuevas colinas. Es una cordillera de montañas elevada sobre las anteriores montañas. Estas nuevas colinas están cubiertas por una fina capa de tierra oscura alternada abundante roca, las plantas y los árboles crecen con un intenso color verde, dando como resultado un llamativo contraste.


Deni se deja llevar por el bello entorno salvaje y la sensación de libertad. Nos adelanta dando bastante gas. Seguidamente por un estrecho hueco adelanta también a un destartalado camión que llevamos delante. La carretera de la meseta por la que circulamos esta en buen estado y las suaves curvas invitan a una conducción deportiva.


Cinco minutos después, a la salida de una curva vemos un arañazo de quince metros en el asfalto y la moto de Deni al final de éste. Deni esta sentado sobre el quitamiedos y tiene una gran quemadura por fricción en el codo. Se me ha ido la rueda de delante sin razón alguna, nos explica mientras le limpiamos la herida con agua y le aplicamos desinfectante.


Tiene mala pinta Deni, le comento recomendándole una limpieza más concienzuda con agua corriente. Decidimos avanzar hasta el próximo pueblo para poder tratar adecuadamente la herida y pernoctar allí.


Al llegar al primer pueblo, Yen Minh les preguntamos a dos chicos en moto por una farmacia. No hablan inglés, pero Deni les enseña el brazo y rápidamente nos hacen señales para que les sigamos. Nos llevan a casa de una familia que tiene habitaciones para dormir. La propietaria que parece tener bastante experiencia atendiendo accidentados, le limpia y venda profesionalmente la herida a Deni.

Hemos hecho solo unos 90 km de los 300 km de ruta circular. Durante la cena somos en total, ocho los viajeros que hemos llegado a la casa. Todos en moto. Nos acompañan también durante la comida cuatro jóvenes vietnamitas. Dos hijos y dos amigos de la familia. Una hora mas tarde que nosotros habían llegado otro grupo de cuatro motoristas de diferentes países. Entre ellos Josep un simpático catalán abierto y muy hablador.


Cenamos todos juntos viajeros y familia vietnamita sentados sobre una gran alfombra en el suelo, delante tenemos decenas de platos con arroz, morning glory, tortilla francesa, carne en salsa y por supuesto Whisky vietnamita. Durante la comida al ritmo de mot, hay, ba, soooo (una especie de arriba, abajo, al centro y pa dentro) muchos perdemos la cuenta de los chupitos que bebemos y cada uno va contando entretenidas historias de su viaje. Especialmente interesados están los jóvenes vietnamitas que no conocen tierras más lejanas los límites de su provincia al norte de su país.


Una pareja holandesa cuenta como empezaron su viaje recorriendo lentamente el Canadá de este a oeste. Tardaron más de un año durante el que fueron trabajando intermitentemente en labores agrícolas y ganaderas. Se desplazaron habitualmente a dedo, aunque también usaron otros exóticos medios de transporte como seguir ríos en kayak y la moto. Cuentan la belleza de los grandes parques naturales del Canadá, el frío del invierno y la gran cantidad de animales que habitan las salvajes tierras del norte: Bisontes, renos, osos, zorros, lobos, linces... A principios de mes llegaron a Hanoi para viajar por tiempo indefinido por toda Sudasia.


Jennifer una joven americana, viaja sola. Ha trabajado ocho meses en la construcción de carreteras en Australia y ahorrado suficiente dinero. Nadie pensó que una chica de 27 años pudiera hacer este trabajo. Sus compañeros italianos, alemanes y americanos apostaron al principio que no duraría más de una semana haciendo un trabajo tan duro, pero al final aguantó más de seis. Fue el tiempo necesario para haber ahorrado unos 6.000 dolares y viajar por Vietnam donde no descartaba tratar de encontrar algún trabajo en el sector turístico y seguir viajando por Asia. No tenía ningunas ganas de volver a Estados Unidos.


Josep, había estado trabajando ocho meses Bombay. Con solo 22 años, la experiencia viviendo en la mística y cosmopolita ciudad India le ha cambiado la vida y su forma de pensar. Había tenido mucha suerte le había sido concedida una beca de nueve meses para hacer prácticas en la Oficina Exterior de Cataluña en Bombay. Acaba de terminar las prácticas y había decidido viajar por Asía hasta que se le acabara el dinero. De momento no puede imaginarse su futuro profesional cerca de España, sueña con terminar sus estudios de económicas en una universidad americana y trabajar unos años en el extranjero.


Nuestros amigos alemanes empezaron a viajar con la mochila en la espalda en Singapur, de donde siguieron recorriendo Tailandia, Miammar, Laos y Camboya. Después de mucho andar y tomar innumerables trenes y autobuses, habían decidido seguir su viaje sobre una moto. Todos tienen interesantes historias que contar muestran fotos. El ambiente es muy bueno.


14 de Mayo


Por la mañana nos levantamos con la idea innegociable de llegar a Ha Giang, tenemos 180 kms por delante para recorrer en moto y un solo día de visado por delante.

El paisaje circulando por las montañas sigue siendo un espectáculo. Un territorio ancho y profundo, de aire seco y frio, sobre el que el sol se esconde a ratos entre las nubes. Pero cuando ilumina las laderas resalta el contraste de los colores: el marrón de la tierra, el gris de las rocas y el verde de la vegetación. Las colinas con sus formas cónicas presentan violentos cortes que muestran paredes de roca caliza, en las que a veces el antojo de la naturaleza a oradado gigantescas cuevas. Es un entorno primitivo lleno de misticismo y quietud.


Las mujeres trabajan desde temprano en los maizales con preciosos, coloridos y llamativos vestidos tradicionales. Los mantienen asombrosamente impecables a pesar del duro trabajo en las plantaciones. A veces ellas trabajan solas, cavando, recogiendo el maíz o cargando grandes fardos o troncos a sus espaldas. Algunas trabajan cargando un bebe a las espalda. A nuestro paso miran curiosas a Marleen, haciéndose seguro cientos de preguntas sobre ella. En contraste a las mujeres los hombres visten casi de luto con una sobria chaqueta negra y una chapela idéntica a la vasca.

Marleen parecía disfrutar yendo de paquete, se agarra a mi fuerte y va haciendo comentarios sobre todo lo que nos sale al paso: los trabajadores del campo, las aves, el paisaje...

Entre los campesinos, los caracteres faciales son muy distintos. Son 17 las etnias que pueblan estas laderas, la mas abundante presenta ojos pequeñísimos, caras anchas que se afinan hasta terminar en una minúscula barbilla y carrillos carnosos y enrojecidos. Es la etnia Mong, repartida por diferentes zonas de montañas de Myanmar, Thailandia, Laos, China y Vietnam. Muchos podrían pensar que viven en la miseria, pero parecen muy felices con sus tierras, con su trabajo y sus hijos, viviendo en tan bellas montañas. Seguro que no dejarían este entorno a menos que algún infortunio familiar les obligara a ello. Prefieren la vida en remotas áreas elevadas lejos de las urbes, donde continúan viviendo según sus costumbres ancestrales.


Son personas reservadas, no están acostumbradas a ver extranjeros, nos miran sorprendidos y curiosos. Algunos vencen sus temores y nos saludan espontáneamente, nos regalan una sonrisa y nos dicen adiós con las manos.

Mientras almorzamos en una pequeña aldea de casas de piedra nos preguntamos ¿Por qué echamos de menos las bicis?. ¿Qué hace de viajar en bici tan especial, añorarla incluso mientras conducimos una motocicleta, un vehículo tan parecido? ¡Viajar en moto ha sido una de las pasiones de mi vida!. ¿Son más profundas las sensaciones en bicicleta, se afinan más los sentidos? ¿Son esas sustancias químicas que segrega el organismo durante el ejercicio físico? ¿O es más bien la velocidad de desplazamiento en la moto lo que hace perder detalles y sensaciones?. También consideramos la posibilidad de lo que denominamos la teoría de la vulnerabilidad. Vulnerabilidad al cansancio, al agotamiento, al calor, al frio, la deshidratación, al adelantamiento de otros vehículos... Esta característica es la que hace al ciclista más receptivo a lo que ocurre en el entorno, activa de algún modo el funcionamiento de sus sistemas sensitivos. O son los sentimientos, pensamientos y miradas de los espectadores, una especie de conciencia colectiva la que regala sensaciones diferentes. La ausencia del ruido del motor... Divagamos largamente sobre las especiales sensaciones de viajar en bici.


Ya me siento mucho mas seguro con la moto, la velocidad media ha subido a los 40 km/h. Circular más rápido con la moto es casi imposible con su pequeño motor, dos pasajeros, el macuto y la fuerte inclinación. Se nota que Marleen confía mucho más y va más rejada que ayer.

Lentamente va anocheciendo, faltan solo 15 kilómetros para llegar a Ha Gaing y damos alcance a un gran camión de color rojo que transporta tierra. Deja detrás de si una molesta y densa estela de polvo. Llegamos a una zona de baches, el camión aminora y aprovechando un pequeño hueco lo adelantamos usando el procedimiento vietnamita: Pito un par de veces, pico el motor con el embrague y con las luces puestas adelanto a todo lo que da el motor saltando sobre los baches. Pasamos muy cerca de las ruedas, sentimos durante largos segundos el calor que estas irradian y el intenso olor a ferodo quemado. Ha sido un adelantamiento arriesgado. Una vez y no más, me prometo a mi mismo.

Continuamos la marcha sin percatarme de nada, pero medio minuto después las manos de Marleen me aprietan fuertemente las caderas, tenemos los faros del camión pegados a la matrícula. No comprendemos el porque de este comportamiento, se ha picado por el adelantamiento, quiere darnos un susto, quizás a saltado una piedra de las ruedas de la moto... Solo es posible seguir acelerando a todo lo que da la moto. La carretera es estrecha, hay un interminable quitamiedo a la derecha junto al acantilado y un muro de roca natural a la izquierda. Por la forma de conducir del camión parece querer golpearnos, es imposible dejarlo atrás, la moto no da más. Pasamos unos minutos angustiosos escuchando el motor y el claxon del camión a escasos metros detrás nuestra. Al llegar a una empinada cuesta arriba con curvas bastante cerradas, conseguimos sacarle unos 200 metros, apago las luces y nos metemos por un hueco del quitamiedo del que sale un camino, paramos. Cinco segundos después el camión pasa de largo. Respiramos aliviados, después quince minutos de relax reanudamos la marcha...



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