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6000 km y China a la vista.


Con 6000 km en el cuentakilómetros, tenemos China ya casi a la vista. Estamos a solo 150 km de la frontera entre Vietnam y el gigante asiático. Ya son varias las veces, después de casi cinco meses pedaleando, que no hemos podido llegar a un albergue convencional, por diferentes razones. La lista de lugares improvisados para pernoctar se va haciendo cada vez más larga: Una escuela, un templo, una gasolinera, una playa, un jardín, un restaurante... Ayer por la noche nos acogieron en su casa una familia de agricultores. Por la mañana habíamos decidido pedalear siguiendo una carretera local con la que cortaríamos bastantes kilometros, unos cincuenta, respecto a seguir otra carretera convencional. La carretera secundaria en cuestión, estaba dibujada en los mapas como una finísima linea que se extendía a lo largo de 60 km, de montañas no demasiado altas, subidas de hasta 900 mtr. de altura. Conducía de la ciudad de Cho ru a la carretera Q-38.


Apostamos por arriesgar y nos metimos por ella. En el kilometro 10 nos encontramos un puente de bambú y un nuevo pavimento que nunca más estaría cubierto de asfalto. Las dudas nos asaltaron, debíamos regresar? Pero los km para atrás duelen mucho más en bici que en moto o coche, así que decidimos continuar.


La superficie era de tierra y en ocasiones con muchas piedras, como si le hubieran descargado un par de camiones de rocas sobre la pista. Teníamos constantemente la sensación de que las ruedas iban a explotar. Los paisajes eran bellos y apenas habitados. Ha los lados de la carretera en ocasiones había verdes plantaciones de arroz formando vistosas terrazas de vivo color verde. Molinos de madera subían el agua desde el rio junto a la pista hasta las plantaciones. A los lados y en el horizonte altas colinas forradas de árboleda. Pedalear sin asfalto se hacía duro pero el paisaje, y la sesación de estar en un lugar remoto compensaban el esfuerzo.



En las subidas más inclinadas las piedras hacían saltar la rueda delantera de izquierda a derecha. Al día siguientes teníamos agujetas en los bíceps y los antebrazos de aguantar con la firmeza necesaria el manillar. El sol fue cayendo entre las colina pero no encontrábamos un lugar idoneo para acampar, todo los claros que veíamos estaban demasiado empinados. Estábamos al final de la carretera, en el Km 55, pero enfrente teníamos una gran mole que se elevaba a casi a los 1000 mtr. Y no nos quedaban más fuerzas.


En la ladera de la montaña veíamos las tenues luces de tres casas, decidimos preguntar al llegar a la primera de ellas. Decidimos que Marleen iría primera y hablaría por los dos, por que con mis barbas de cinco meses y en la oscuridad, yo tenía pocas posibilidades de ser acogido. Una joven familia con tres niños y la abuela salieron a recibirnos. Nos acogieron, pese a mi aspecto y sin pensárselo un segundo. Cenamos con ellos en su casasita de madera, en medio de una plantación de maíz y nos cedieron un camastro para dormir. Por la mañana volvimos a desayunar todos juntos. Jugamos con los niños un buen rato y nos despedimos con pena de la encantadora familia. Pensé en los grandes amigos que estamos conociendo en este viaje y que no volveremos nunca mas a ver.



Nosotros seguimos pedaleando mientras la joven madre con su hijo mayor llevaban a pastar su rebaño de vacas y terneros.





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