top of page

Tailandia

Parque Nacional Khao Yai

Ranger: Sayan Raksachar

​

Nos cuenta Tim, ya relajados tomando café en el bar situado junto al centro de visitantes, que los orígenes de Khao Yai, el primer Parque Nacional de Tailandia estuvieron un poco alejados de los fines puramente conservacionistas. En esta zona en los años 60 se asentaban multitud de combatientes comunistas hostiles al Gobierno de Bangkok. Estos guerrilleros se mezclaban con los habitantes de las pequeñas aldeas que salpicaban el interior del actual parque. Golpeaban con acciones de guerrilla en diferentes puntos del país y regresaban a refugirse en las montañas donde hoy se ubica el parque nacional. Eran los tiempos en que el comunismo atenazaba toda la penisula indochina, el comunismo se extendía como la polvora por Laos, Camboya y Vietnam. El gobierno tailandés trataba sin éxito de combatirlos militarmente, de una manera convencional, pero era difícil distinguir a los milicianos de los campesinos pacíficos que vivían en esta zona. En un viaje oficial, el primer ministro Tailandés de la época visitó los Estados Unidos, y casualmente pasó por el parque nacional americano Smoky Mountains, concibiendo en él la idea de crear una reserva natural en Khao Yai que sirviera de excusa para despoblar legalmente la problemática cadena montañosa. Era una forma de acabar con facilidad con el refugio donde se escondían las milicias comunistas. Con estos ideales tan poco medioambientales se funda en 1962 el primer Parque Nacional de Tailandia y de todo el sur de Asia.


Las explicaciones de Tim se interrumpen de repente por las voces de la gente entorno al bar. Un ranger ha encontrado una bívora de un precioso y llamativo color verde esmeralda enrollada en uno de los árboles cerca de donde nos sentamos. Cuando llegamos al lugar, a su alrededor ya se arremolinaban gran número de turistas y personal del parque que sacaban fotos con sus móviles. Aunque como explica Tim es venenosa, el calor la tiene aletagada y aunque los turistas se acercan bastante con sus cámaras no cree que resulte peligrosa. Hacía unas semanas, nos cuenta Tim, que una turista había sido mordida por un cocodrilo mientras trataba de hacerle una foto en las orillas de un pequeño arrollo. La turista perdió el equilibrio cayó al agua recibiendo una dentellada en la pierna. Afortunadamente los rangers intervinieron con rapidez y la mujer fue llevada a un hospital con prontitud salvando tanto la vida como la pierna.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

​

​

​

 

 


El Parque Nacional es en realidad la unión de cinco reservas naturales, se extiende por casi 2.200 kilometros cuadrados y fue declarado en 2005 Patrimonio Mundial por la UNESCO. Es un parque con una organización moderna, inspirada en los grandes parques naturales norteamericanos. Dejan constancia de ello los acuerdos de hermanamiento con el Smoky Mountains Park (USA) que cuelgan en las vitrinas del Centro de visitantes. Recibe la mayor parte de visitas de la capital Bangkok, una ciudad de más de 7 millones de habitantes, cuya población cada vez está más concienciada con la naturaleza. Esta conciencia medioambiental   aunque aún se encuentra en proceso muy embrionario crece cada día. Un buen ejemplo de ello es la proliferación creciente de asociaciones en defensa de los árboles de la ciudad, frente al brutal acoso urbanístico del hormigón que ha sufrido Bangkok en los últimos años.


El parque alberga una gran extensión de jungla en estado primario. El visitante se da cuenta inmediatamente de que el parque rebosa vida animal, no pasan muchos minutos sin que se produzcan nuevos y mágicos encuentros con un gran y exótico mamifero, reptil o ave desde que se cruzan las puertas del parque. Por la noche puede percibirse la numerosa fauna nocturna que habita el parque, especialmente si se decide acampar. Las noches son ruidosas, los sonidos suaves de las hojas movidas por el viento, se alternaban con gruñidos aterradores y gritos desgarrados. Tengo que reconocer que la noche que pasamos acampados en la tienda, yo escuchaba con temor desde el interior de la sencilla estructura cubierta por el fino tegido, todo un repertorio de sugerentes sonidos que me hicieron saltar un par de veces de la colchoneta. Además todas las imagenes de lo visto y vivido durante el día bullian en mi cerebro y apenas si podía dormir de la excitación.


Cuatro días después de nuestra llegada abandonamos con tristeza este maravilloso santuario de la naturaleza. Teníamos la impresión de haber estado sumergidos en un lugar mágico, de los pensabamos ya desaparecidos en nuestro planeta. Era una perfecta y oportuna desintoxicación de la vida urbana, de los humos, del extrés, al comienzo de nuestro largo viaje. Salimos por la puerta norte del parque con lagrimas en los ojos, pedaleábamos esta vez rumbo hacia el Oeste, buscando la carretera que nos llevaría al país vecino: Myanmar.


Sin saberlo me llevaba adosado a mi cuerpo un recuerdo del parque. Un pequeño animalito que había encontrado en mi tobillo derecho un lugar perfecto para acompañarnos en nuestro viaje. Se trataba de una garrapata que nos daría algunos quebraderos de cabeza durante las semanas siguientes.

 


Marleen bióloga y agente forestal, y yo Sera policía en excedencia, llevábamos viajando poco más de una semana cuando abandonamos maravillados el Parque Nacional Khao Yai, una auténtica selva en el corazón de Tailandia.  Habíamos empezado a pedalear en un caluroso y húmedo trece de Enero de 2017, desde el aeropuerto de Suvarnabhumi en Bangkok. Tras doce horas de vuelo, el avión de la Norway Airlines, nos había desembarcado con nuestras bicis en dos cajas de cartón, muchas ilusiones, cierta sensación de desamparo y dos años por delante para regresar pedaleando a Sevilla.  Nuestro plan era pedalear por medio mundo visitando parques y reservas naturales. Comenzábamos aquel día la aventura que tantas veces habíamos soñado, lo dejábamos todo atrás: trabajos, amigos y familia para encontrarnos a nosotros mismos durante un largo viaje en bicicleta. Contaríamos en nuestra página web regularmente nuestras aventuras, pero sobre todo las historias de aquellos que luchan en primera linea por la defensa del Medioambiente: Los agentes forestales. Marleen había trabajado como agente forestal en Suiza y este había sido el germen de la idea. Contábamos con la  la fundación Thin Green Line, que nos facilitaba una razón medioambiental para nuestro viaje, una buena carta de presentación y valiosos contactos para nuestras entrevistas.

​

​

​

​

​

​

​

​

​

​

​

​

​

 


Desde la exótica, cosmopolita, caótica, budista y la todavía en cierto modo inmoral Bangkok teníamos planeado pedalear en dirección Mianmar. Según nuestros planes llevaban hechos varios meses, nos dirigiríamos al oeste siguiendo diversas carreteras secundarias hasta la frontera con la antigua Birmania. Sin embargo y muy al contrario, al salir de Bangkok lo hicimos siguiendo una carretera que abandonaba la ciudad hacia el nordeste. Los planes existen para poder cambiarse, era una de las primeras lecciónes que nos daba el viaje. La razón era una llamada de Tim Redford de la organización no gubernamental Freeland , en la que nos invitaba a reunirnos con él en el Parque Nacional Khao Yai, situado en la cadena montañosa Dank Rak a unos 150 km en esa dirección.


Tardamos dos días en llegar a las primeras estribaciones montañosas en las que se encontraba la entrada al parque. Sus subidas fueron las primeras sensaciones del peso real de las alforjas y también las primeras dudas sobre la viabilidad de nuestro viaje. La calor y la humedad nos hacían sudar constantemente, nuestras camisetas se nos pegaran al cuerpo como si fueran papel mojado. Llegamos a una entrada enorme, como una especie de arco del triunfo a la Naturaleza  que daba acceso a un espacio selvático cuyo paso controlaban Rangers con una imponente indumentaria militar. Me daba la sensación de estar ante los pórticos de acceso a Parque Jurásico. Mientras realizamos los tramites de entrada mirábamos sorprendidos la gran jungla que se extendía salvaje y frondosa al otro lado.

​

​

​

​

​

​

​

​

​

​

​

​

​

​

​

​

Empezamos a pedalear boquiabiertos por una solitaria carretera que atravesaba aquella selva. A ambos lados solo se veía una espesa jungla, se oían sonidos de aves y animales que no podíamos ver y muchos de cuyos sonidos desconocíamos. Algunas señales advertían del peligro de irrupción de elefantes en el asfalto. Mi sentimientos se debatían entre los deseos de poder llegar a contemplarlos y el temor ante el encuentro con un grupo de unos animales tan enormes e imponentes. Aquella tarde los que si nos sorprendieron fueron grupos de macacos que nos llevaban observando durante un buen rato desde las copas de los árboles. Uno de ellos incluso bajó a sentarse al borde de la carretera para poder observarnos más de cerca. Masticaba un trozo de rama verde mientras fingía no prestarnos ningún tipo de atención. Nos dedicaba algunas miradas furtivas de reojo. Sus expresiones y comportamientos eran casi humanos, podíamos imaginarnos lo que se le pasaba por su cabeza.

​

Cuando saqué la cámara puso cara de desagrado, con enfado arrojó la rama que masticaba al asfalto y se encaramó a un árbol refunfuñando entre chillidos y una jerigonza indescifrable. Seguramente quería decirnos que, dónde nos creíamos que estábamos, aquello no era un zoológico sino una auténtica jungla y si queríamos comportarnos como turistas, mejor le hubiéramos dado un sándwich o unas galletas. Poco después vimos ciervos y varios enormes puerco espines de largas púas negras y blancas. También restos del paso de los elefantes, las ramas de los árboles tronchadas y sus enormes excrementos. Nunca habíamos visto una naturaleza con una fauna tan viva y efervescente, me venían a la cabeza los documentales de La Dos sobre los safaris en Tanzania. Era como vivir un documental de National Geografic.

​

​

​

​

​

​

​

​

​

​

​

​

​

​

​


Durante los cuatro días en el Parque acampamos, lo recorrimos de cabo a rabo, tanto con las bicis como a pie. Además fuimos guíados en varias ocasiones por Tim en su 4x4. Tim conocía muy bien el parque, llevaba trabajando en él desde hacía más de veinte años, colaborando tanto en la formación de rangers como desarrollando tareas educativas con escolares venidos de toda Tailandia. La narración de sus experiencias sobre el conservacionismo tailandés resultaban fascinantes y nos dejaban maravillados. Tim era biólogo marino dejó su puesto de director en un tranquilo zoológico inglés, para pasar a la acción en la defensa de la naturaleza real, llegó a Tailandia para dirigir la ONG Freeland y colaborar estrechamente con el estado tailandés. Siguiendo sus indicaciones sobre puntos de observación pudimos ver una innumerable cantidad de animales como macacos, gibones, ciervos, puerco espines, tucanes, elefantes, osos negros...

 

En nuestro tercer día de estancia en Khao Yai Tim nos presentó a Sayan Raksachart, que había sido durante  8 años agente forestal en el parque. Con la ayuda como interprete de Tim y casi sin cruzar más palabras que las oportunas presentaciones, Sayan entró con emoción a contarnos sobre su primer día de trabajo como ranger, cuando le dieron el uniforme, un arma y le mandaron a patrullar. Me sentí por supuesto muy orgulloso aunque mi cabeza era un mar de dudas y miedos que asaltaban continuamente mis pensamientos. ¿Cómo debía actuar si me encontraba con cazadores furtivos?. En aquella época, hace unos veinte años, los rangers no recibían ningún tipo de entrenamiento. Recuerdo que la primera vez que me encontré con cazadores furtivos, lo pasé muy mal, no tenía ni idea de que hacer si se resistían. Afortunadamente los detuve sin que apenas ofrecieran resistencia. Los cazadores no se podían imaginar el miedo que  yo tenía.


Hace 20 años cuando empezó a trabajar como ranger en el parque, no había GPS. La mayoría de rangers no sabían orientarse, ni conocían las inmensas y frondosas montañas del parque. Si estando de patrulla se adentraban en la jungla tenían que ir acompañados de un guía local. Eran frecuentes las patrullas que se perdían, pasando sed y hambre durante días. En la actualidad cada ranger tiene además de GPS, nociones de orientación, así como buen material y equipamiento gracias a la intensa colaboración entre Ongs como Freeland y el Gobierno de Tailandia.


Sayan continúa contándonos que por entonces los furtivos eran locales, habitantes de los pequeños poblados junto al parque, furtivos dotados de cierto sentido de la sostenibilidad en la caza. Así por ejemplo normalmente se abstenían de capturar los polluelos de un tucán o los cachorros de mamíferos con el fin de no mermar la conservación de la especie. Hoy en día sigue existiendo el furtivismo pero sus protagonistas son otros. La mayoría de los furtivos carecen de vinculación con las tierras del parque, proceden de otras regiones tailandesas o incluso de otros países como Laos o Camboya y simplemente arrasan con todo lo que encuentran.


Con tristeza recuerda como las huellas del último tigre fueron vistas en el parque en 2006. Cuando yo era niño, hace unos 30 años, cerca de mi poblado en terrenos entorno al parque, todavía había muchos tigres. Los niños recibíamos instrucciones de ir a la escuela siempre en grupo y haciendo ruido como forma de evitar encontrarnos por sorpresa con alguno de ellos.


Afirma con rotundidad que la mayoría de  sus compañeros rangers lo son por vocación y no por el salario, cuya media apenas supera en Tailandia los 300 euros mensuales. Nos explica que hay cuatro diferentes estatus o niveles de agente forestal,  siendo el más elevado y de mejores condiciones: “Oficial del Gobierno”. Este puesto que es al que aspiran todos ellos, es el único que esta dotado de un salario razonable, seguro médico y una pensión de jubilación. El resto de agentes forestales, que son el 80 por ciento restante,  apenas puede sobrevivir con su salario y carecen de cualquier tipo de derechos sociales. Estos datos contrastan con el hecho de que ser agente forestal en Tailandia es tener una profesión de muy alto riesgo. El año pasado murieron catorce agentes en acto de servicio. Sayan abandonó su carrera como ranger para entrar a formar parte de la ONG Freeland.


También en Khao Yai pudimos reunirnos con Kriengsak Chaturasuksakul, responsable de la Academia de Agentes Forestales de esta región de Tailandia. Esta Academia se situa en el mejor escenario práctico posible, el interior del propio Parque Nacional. En ella nos aseguran su director y Tim se imparten probablemente los mejores cursos destinados a formar rangers del sur de Asia. Es aquí donde la Ong Freeland y Tim, tienen un papel fundamental facilitando material y organizando los cursos de formación: Protocolos de intervención y actuación que incluyen procedimiento en detenciones, entrenamiento en el uso de las armas, técnicas de combate cuerpo a cuerpo... Este componente cuasi policial de los cursos tiene una gran importancia ya que los rangers tienen una auténtica guerra abierta contra las mafias de furtivos y traficantes de animales. Son frecuentes las bajas en ambos bandos.

​

​

​

 

bottom of page